Vestidos de telas multicolores, rastafaris tocando tambores, melenas por doquier, la omnipresente imagen de Bob Marley, palmeras, aguas cristalinas, adivina adivinanza… ¿Jamaica, Santa Lucía, Bahamas? Frío, frío. Se trata de Cayo Caulker, una pequeña isla coralina en la costa de Belice.
Desde el puerto de Belice City, la capital del país, parten cada media hora unas embarcaciones motoras llamadas Water Taxis. El trayecto al cayo tiene una duración de una hora. Muchos turistas vienen directos desde las ruinas de Tikal, en Guatemala, a cinco horas por carretera. En sus rostros se puede contemplar el asombro por el drástico cambio de escenario: en tan solo unos pocos kilómetros pasamos de poblaciones indígenas descendientes de los mayas a una cultura donde predomina la raza negra y el inglés es la lengua oficial, junto al español y el creole.
Un sencillo muelle de madera conduce a la única calle de la isla, que es de arena, flanqueada por casas de madera estilo victoriano pintadas de colores pastel. El cayo mide apenas ocho kilómetros de largo y uno de ancho, con tramos donde el mar Caribe se asoma por ambos lados. En el sencillo malecón abundan los puestos callejeros donde venden acuarelas, artesanías de madera y brochetas de pescado a la brasa. No hay que preocuparse por el alojamiento, la oferta hotelera es amplia. Comparado con sus países vecinos Belice no es barato, pero a partir de unos 15 euros por persona encuentras hosterías tipo bed and breakfast hasta donde llega el aroma del mar. En Cayo Caulker no hay coches, ni motos, ni semáforos, tan solo hay bicicletas y algunos carritos eléctricos como los que se usan en el golf. Para los que vienen de la jungla de cemento este escenario resulta absolutamente balsámico.
Patrimonio de la Humanidad
Hay un dato que hace de éste lugar un destino único: la isla forma parte de la Barrera de Arrecife de Belice, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, la segunda barrera de coral más grande del mundo, luego de la de Australia.Entre sus atractivos destaca El Gran Agujero Azul, en inglés The Great Blue Hole, un inmenso sumidero de 120 metros de profundidad que desde las alturas parece el Ojo de Horus. La excursión cuesta alrededor de 150 euros si practicas snorkeling, y unos 200 euros si buceas con botellas de aire comprimido. Hay que tener en cuenta que el ángulo de visión vía marítima no permite contemplarlo en toda su grandiosidad. En su interior habitan varias especies de tiburones, peces de gran tamaño y paredes gigantes de coral. Los que deseen contemplar la estampa clásica deberán reservar un vuelto en avioneta, de esos que nunca se olvidan.
La Reserva marina Hol Chan revela todo el esplendor submarino de la zona. Es un tour de día completo que se realiza en lancha, para las inmersiones solo se necesita máscara y tubo. La poca profundidad de las aguas -no más de seis metros- y la buena visibilidad permite una experiencia para todos los públicos. En la primera parada se bucea alrededor de un pecio. Su estructura metálica está cubierta por un manto de coral multicolor que da cobijo a cientos de peces tropicales.
Luego viene El Jardín. Allí se puede contemplar varios tipos de corales blandos y duros, como el de fuego, el cuerno de ciervo o el llamado cerebro, también algas marinas y rocas que se asemejan a esculturas. La fauna es rica y variada. Fácilmente encuentras barracudas, caballitos de mar, rayas, morenas, pequeños tiburones y con un poco de suerte manatíes. También abundan las tortugas marinas; acompañarlas unos minutos en su deambular oceánico es una delicia.
En la última inmersión se visita una colonia de tiburones nodriza y rayas. Los guías les echan un poco de carnada, juegan con los animales y explican a los turistas cómo acercarse a ellos, suena peligroso, pero en realidad es muy seguro. Las rayas tienen una piel muy suave, son mansas y su silueta suspendida en el agua recuerda a una nave espacial. El tiburón nodriza tiene una piel con una textura similar a la lija, el rostro achatado y unos minúsculos y amenazantes ojos blanquecinos. Es un momento muy especial, rodeados de la fuerte presencia que emanan estas criaturas.
Puesta de sol inolvidable
Nadie debería abandonar la isla sin haber probado una langosta a la brasa en salsa de mantequilla, uno de los platos insignia en este rincón del planeta. Para terminar el día nada mejor que contemplar la puesta de sol desde la terraza del The Lazy Lizard, un bar de madera en la punta norte donde se sirven los famosos rum punch, con ron, zumo de naranja, lima y mucho hielo. Desde allí se alcanza a ver el cercano Cayo Amberis (también llamado San Pedro), el que inspiró la canción de Madonna La isla bonita, pero que quede claro, Cayo Caulker no le tiene nada que envidiar.