Publicado en Condé Nast Traveler

Los territorios del glamping son tan inabarcables como el número de versiones de Garota de Ipanema: iglús, tiendas africanas, carpas árabes, domos, casas en árboles, cápsulas de fibra de vidrio colgadas en precipicios de 400 metros -sí, definitivamente hay gente para todo-, tipis, yurtas y aquí nos paramos porque este va a ser nuestro objeto de estudio. ¿Qué tienen la yurtas del Patagonia Camp que tanto nos fascinan? En Mongolia, lugar de donde son originarias, la palabra significa hogar. Y eso es lo que encontramos, un sentimiento de hogar. ¿Y qué es lo que hace que un espacio se transforme en un hogar? Pues principalmente las personas. Y es allí donde brilla este campamento de lujo.

A modo de ejemplo les contaré que un día estaba a las 5:00 de la mañana en la recepción –no me pregunten porqué– y me encontré de casualidad con Rafael Villaroel, gerente del hotel. Se había levantado a esa dolorosa hora para despedir personalmente a dos clientes. Luego me enteré que siempre lo hace con todos y cada uno de los huéspedes. El resto del personal es igual de exquisito.

Para quien no lo sepa las yurtas son unas viviendas que desde la Edad Media utilizaban los pueblos nómadas de Mongolia.Tienen estructura circular y son desmontables, con varias capas que impermeabilizan y aíslan térmicamente. En el mundo existen 65 establecimientos turísticos de este tipo, y en el continente americano tan solo este. El campamento dispone de 18 yurtas, algunas de ellas familiares y con jacuzzi, conectadas por senderos de madera.Su austeridad exterior contrasta con el elegante espacio interior, donde predominan los muebles de madera de finos acabados. El coqueto baño con una amplia bañera con vistas al bosque lo hacen superlativo.

INMERSIÓN EN UN ENTORNO NATURAL

Lo más reseñable de este tipo de habitáculo –y lo que buscan los clientes que llegan al camp– es sumergirse las 24 horas en el maravilloso entorno natural de la Patagonia chilena, además de bañarte y hacer kayak en el Lago del Toro, visitar el Parque Nacional Torres del Paine, deleitarse de la excelente gastronomía magallánica y los maravillosos vinos de la región.

Aquí debo hacer un alto, porque la cuestión vitícola en Chile es un Tema de Estado. Resulta que uno de los propietarios del camp –benditas coincidencias– es el dueño de la bodega Matetic, una de las más reputadas del país.La somelier Silvana, rebosante de simpatía y vitalidad, se encarga de sugerir cada noche una cepa acorde con las suculentas viandas. Frente a semejante escenario hice propio aquello que decía Oscar Wilde, que la vida es demasiado corta para tomar mal vino.

Un dato muy a tener en cuenta para los discípulos de Baco: al ser una modalidad de ‘todo Incluido’ –la única opción debido a que no hay ni un bar, ni restaurante en kilómetros a la redonda– los clientes pueden beber todo el que deseen. Pero mucho cuidado, que las excursiones al parque salen al alba. Los detalles y el ambiente también transforman un espacio en hogar, pero, ¿por dónde comenzar? No seamos conformistas, aspiremos al Todo: la Vía Láctea, el campo de estrellas más maravilloso que podemos contemplar los incautos humanos.

Uno ha tenido la suerte de contemplar las estrellas en los seis continentes –y no quiero que suene presuntuoso, porque esa no es mi intención–, y el cielo de la Patagonia chilena en una noche despejada es una de esas experiencias que te llevas a la tumba. A grandes rasgos esto se debe a que el país sudamericano está ubicado en el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, por lo que la distancia que lo separa de los astros es menor.A eso hay que sumarle la ausencia de contaminación lumínica del campamento, ubicado en las entrañas de un bosque primario, a orillas del Lago del Toro, el más grande de la región.

DESCIFRANDO LA VÍA LÁCTEA

Esa noche de marzo la Vía Láctea era un sendero de luceros que invitaba a recorrerlo, con una textura que parecía que se podía palpar. En ese contexto trasladamos la mente al interior de la yurta, para ser más precisos al interior de una amplia y mullida cama, a una temperatura de unos agradables 22 grados centígrados. Reina el silencio en la noche serena. En ese momento levantas la cabeza hacia el techo puntiagudo, y te das cuenta que a través de un rosetón transparente puedes contemplar el espectáculo cósmico, que luego empatas con un plácido sueño.

El Patagonia Camp se encuentra ubicado en una reserva privada de 34.000 hectáreas, a unos 20 minutos de la entrada del aclamado y mil veces vitoreado Parque Nacional Torres del Paine. El bosque es denso, con una gran presencia de hayas, como el coigüe y la lenga e imponentes robles de hasta 40 metros. No es difícil encontrarse con algún zorro, armadillo e incluso me comentaron, frente al calor de la lumbre de una chimenea, que se han llegado a avistar pumas en los alrededores.

VISITA AL PARQUE NACIONAL TORRES DEL PAINE

El Parque Nacional Torres del Paine es el no va más de los parques del continente americano, un absoluto must para los amantes de naturaleza.Todo lo que os han contado es cierto y mucho más: montañas cuyas cimas parecen haber sido cinceladas por un escultor, lagos de ensueño de aguas turquesas, glaciares, ríos y manantiales por doquier, todo es tan perfectamente fotogénico que no parece real, pero lo es.

Debido a la alta demanda y al grave incendio de 2011, las medidas de acceso están muy restringidas, y el proceso de acceso y pernoctación es muy pesado y protocolario. Si no tienes hecha la reserva –que se acaban en un santiamén– no puedes acampar dentro, generando graves problemas a los amigos de la espontaneidad.Otra opción es visitarlo en tours de un día, pero la experiencia es agotadora, como cuando aspiras a ver en un día el Louvre, y sales catatónico, con los ojos inyectados en sangre y repitiendo a modo de mantra: La Gioconda me la imaginaba más grande, la Gioconda me la imaginaba más grande….

Visitar el parque a través de Patagonia Camp implica no preocuparse de nada: ni entradas, ni transportes, ni guías, ni comidas, rien de rien. Cada tarde, en función del parte meteorológico, seleccionan las mejores rutas y los clientes eligen la que más les gusta. Al día siguiente, luego de un suculento desayuno, solo tienes que ir a la recepción y dejarte llevar. Tras una larga caminata de ocho horas, hacer cumbre en las bases del Paine y haber compartido una jornada inolvidable, llegas a la furgoneta que te devolverá al campamento.

Estas sediento, agotado, pero triunfante por el logro, y en ese momento, como salida de la chistera de un mago, el guía saca de la nada una cerveza helada. Brindas con él, y te das cuenta de que has hecho un nuevo amigo y que te sientes como en casa.

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