Publicado en Condé Nast Traveler

Imagina por un instante: estás en la cordillera de los andes ecuatorianos, desde donde se otea la exultante fuerza de la Amazonía, en un valle rodeado de montañas de las que brotan decenas de cascadas.

Subes en coche por una empinada colina hasta los 2.660 metros, por la pintoresca carretera, te encuentras riachuelos, llamas y algún campesino con poncho rojo, sombrero de ala corta y piel curtida por los embates del tiempo. Continúa la ascensión y aparece –literalmente– un Tiranosaurio Rex que da la bienvenida a un pequeño parque temático de dinosaurios. Luego vendrá otro que exhibe pirámides y aliens, cosas de la globalización.

Precipitarse al vacío

Continúas subiendo hasta coronar la montaña y tras pagar un módica entrada de un dólar (0.90 céntimos de euro) , te encuentras con las fauces del Tungurahua, un volcán activo de 5.020 metros de altura. Su última erupción, con lava y pirotécnica incluida, fue en 2016. Impacta verlo de tan cerca, con su imponente forma cónica y fumarolas que nos dan cuentan de su furia.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Pero todavía queda un último giro de tuerca. En el abismo de la colina, donde comienza una pronunciada caída, hay un robusto árbol, y sobre él una casita de madera, sacada del País de Nunca Jamás. De una de las ramas del árbol cuelga un largo columpio, desde donde precipitarte hacia el cielo.

Su ubicación y su cercanía al volcán ofrece unas imágenes realmente impactantes. La prestigiosa National Geographic premió a una foto tomada justo cuando el Tungurahua comenzaba a erupcionar, minutos antes de que tuvieran que evacuar la zona. Pero que nadie se asuste, hasta ahora nunca se ha producido ningún accidente.

Luego de este picoteo, continuamos con un menú repleto de aventura. Porque a Baños vas a divertirte. Puedes hacer rafting mientras surcas las aguas de uno de los grandes afluentes del Amazonas, el río Pastaza, que atraviesa paisajes edénicos, gargantas y zonas de rápidos. Adrenalina a discreción.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Aventura a discreción

Si no tienes suficiente, puedes probar de hacer canyoning –descenso de cascadas haciendo rápel, sujeto con cuerda y arnés–. Imposible no dar un grito atávico cuando bajas por una caída de agua de 30 metros. Hay varios lugares donde practicarlo, aunque la opción del Río Blanco es la mejor.

El mountainbike es otra de las actividades estrella. Al estar rodeado de montañas, hay senderos para todos los niveles, que también se pueden recorrer en moto. Una opción sencilla y familiar es la Ruta de las Cascadas, un precioso paseo clicoturista que recorre la antigua carretera que unía la cordillera de los Andes con la selva.

Hemos cogido carrerilla y esto es un no parar. ¿Qué te parece practicar puenting y lanzarte al vacío desde el puente de San Francisco, que tiene una caída de 60 metros? Si te da un poco de vértigo, puedes optar por el canopy –la tirolina de toda la vida–, y lanzarte sujeto con un arnés por un cable metálico de hasta 600 metros.

Baños de Agua Santa es muy conocida en Ecuador por sus termas naturales de aguas curativas, que se mantienen a temperaturas de entre 22 y 54 grados centígrados. Sus aguas sulfatadas son usadas –por los lugareños y visitantes–, para combatir el reumatismo, la artritis, curar lesiones y por supuesto, descansar a lo grande.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Un Spa con Ayurbeda

Después de semejante jornada de aventura y diversión hay que recuperar fuerzas. Entre la oferta hotelera apostamos por el hotel Sangay por muchas razones. Está en la mejor ubicación de la ciudad, justo frente a las termas y a la hipnótica cascada de la Cabellera de la Virgen. Desayunar frente a ella te reconcilia con el mundo.

El hotel también tiene un spa único. Además de baño turco, sauna, jacuzzi y piscina, ofrece un servicio de masajes y tratamientos ayurvédicos, con personal formado en la mismísima India. Las habitaciones son modernas, con un aire minimalista y sobre todo unas vistas y un entorno natural excepcional.

Su interesante cocina apuesta por una revisión contemporánea de la gastronomía ecuatoriana y una sorprendente carta vegana –de esas que salivas al ver los platos, nada de pasar hambre– difícil de encontrar en Ecuador. El hotel cuenta además con otros dos restaurantes: la cafetería Bunkers, inspirada en la novela de Alicia en el país de las maravillas, y el restaurante El Chozón, donde todos los sábados hay música en vivo y fiesta asegurada.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Y hablando de fiesta. Los viernes y sábados, en la calle Eloy Alfaro –a dos calles de la iglesia de Baños, no tiene pérdida–, hay mucha marcha. Los bares, discotecas y locales de comida rápida se apelotonan uno al lado del otro. Territorio millennial con una fuerte presencia de turistas estadounidenses y sudamericanos. En esta calle podrás bailar al ritmo del rock clásico, pop, bachata, salsa y, cómo no, el omnipresente y todopoderoso reggaetón.

Si has sobrevivido a una noche escuchando Bad Bunny estás preparado para visitar el Pailón del Diablo, la atracción más increíble de Baños, una bestialidad de cascada con una caída de 80 metros. Para llegar tendrás que atravesar dos puentes colgantes de madera, al más puro estilo Indiana Jones. Lo que más impresiona del lugar es lo cerca que estás de semejante tromba de agua. El rugido de la cascada retumba hasta el tuétano. Una de esas experiencias que jamás vas a olvidar, igual que el columpio del fin del mundo.

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