Publicado en Condé Nast Traveler

Hay pocos lugares en el mundo desde donde puedes ver la puesta de sol de tres países a la vez. A lo lejos, la cordillera laosiana adquiere unos tonos rojizos, mientras que tras el río Ruak, en la zona de Myanmar , hay una leve niebla que se enreda con los arbustos. Desde el balcón del Anantara Golden Triangle Elephant Camp and Resort, en territorio tailandés, el aire está limpio y fresco. A unos metros se intuye la silueta de dos elefantes que juguetean con sus trompas.

Sí, parece un capítulo de un cuento de Las mil y una noches, pero existe y está en Golden Triangle, la parte más septentrional de Tailandia . Este idílico resort alberga una sorpresa aún mayor, mucho, mucho mayor: un campamento de elefantes rescatados en el que podrás tener experiencias como nunca habías imaginado.

En este lugar tan único cuidan a sus tesoros más preciados: 24 paquidermos rescatados que viven con sus mahouts y sus respectivas familias. Los mahouts (textualmente se traduce como hermano) son los propietarios de los elefantes, pero no sólo eso, son sus compañeros de vida. Pasan juntos gran parte de la existencia del elefante, que vive hasta 50 años y si la persona muere antes, suele cuidarlo su hijo. Así ha sido durante más de 2.000 años.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Todo muy bien, muy bonito, pero, ¿dónde están los elefantes? A tan sólo dos o tres minutos en furgoneta del hotel llegas a la sede de la Golden Triangle Asian Elephant Foundation, una ONG con varios veterinarios y biólogos que se encarga de cuidar y dar seguimiento a estas maravillosas criaturas.

Un encuentro sobrenatural

El primer contacto siempre tiene algo de sobrenatural. Al principio da un poco de respeto ver frente a ti esa masa viviente de 4.000 kilos en movimiento. Eres consciente de que cualquier movimiento brusco de su parte podría fulminarte en un segundo. Poco a poco –y unas cañas de azúcar mediante– te vas acercando para hacer las respectivas presentaciones. Tras romper el hielo de la primera cita vas a sentir unas irrefrenables ganas de abrazarlo.

Sorprende la piel áspera y gruesa, como una piedra caliza. No hay manos para tanta carne. La trompa es una nariz que cumple también las funciones de brazo, para alcanzar las ramas más jugosas de los árboles. Sus fosas nasales son húmedas y pegajosas. Y son mucho más precisas en sus movimientos de lo que uno podría pensar. Cuando están sumergidos en el agua las trompas funciona como el tubo de un esnórquel. Eso sí, cuidado, que les encanta absorber litros de agua para luego expulsarlos al aire modo parque acuático.

En una segunda fase te atreves a mirarles a los ojos, así, directamente, y es entonces cuando te enamoras perdidamente. No hay vuelta atrás. De inmediato comprendes por qué tanto el budismo como el hinduismo han divinizado su figura y construido enormes templos en su honor. Al reflejarte en su retina de colores (unas más verdes, otras más marrones o amarillas) percibes al ser vivo que tienes frente a ti, que te ausculta e interroga tal y como tú lo haces.

Tras la primera toma de contacto, realizamos una excursión de aproximadamente una hora por los alrededores del hotel, en un camino de tierra, por zonas de arrozales y vegetación autóctona. Resulta paradójico que a pesar de sus cerca de cuatro toneladas de peso los elefantes se mueven con notable agilidad, destreza y silencio, sus pisadas acolchonadas casi no se escuchan.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Durante la travesía la elefanta, que se llamaba Play, se encontró con otra amiga, y no dudaron en entrelazar sus trompas a modo de saludo. También se restregó contra una pared de barro para rascarse. Al final no somos tan distintos los unos de los otros.

Si lo tuyo es la aventura, también puedes dar un inolvidable paseo subido a su lomo, pero únicamente de la forma tradicional, a pelo, sin ningún tipo de estructura que pueda dañar al animal. Primero hay que tomar un pequeño curso para conseguir el ‘carnet de conductor de elefantes’. La consigna básica es pai, que significa ‘vamos’.

Subirse al cogote de un elefante no es una cuestión baladí. El elefante se agacha y dobla su pata. A continuación, debes agarrarte a la oreja del elefante –sí, de la oreja–, coger impulso, poner el otro pie en la parte interior del codo que mantiene doblado y, finalmente, lanzarte con la fe del guerrero a lo alto de su cabeza.

En el momento en el que se levanta te sientes como un maharajá asiático subido a una montaña rusa. Caminar por la selva sobre el elefante, viendo la vida a tres metros sobre la tierra, con la triple frontera frente a ti, es uno de esos momentos para enmarcar.

Polémica por el uso de elefantes

En los últimos años se ha generado una gran polémica en torno al uso turístico y recreativo de los elefantes. Ciudades como Chiang Mai ofrecen tours para visitar hipotéticos ‘santuarios de elefantes’, pero cuando llegas te das cuenta de que eso es cualquier cosa menos un santuario, con animales viviendo en condiciones deplorables.

Para evitar esta triste realidad hay opciones como la del Antara Golden Triangle Elephant Camp and Resort, que les ofrece una vida lejos de cualquier tipo de explotación.

El hotel trabaja junto a la ONG Golden Triangle Asian Elephant Foundation, que los rescata de circos, shows callejeros y granjas donde son explotados para el turismo o como mano de obra para trabajar el campo, actividad prohibida desde hace años en Tailandia. Los que ya han nacido en cautiverio no pueden volver a la vida salvaje.

Mantener a un elefante cuesta alrededor de 15.000 euros al año. “Lo que hacemos es darle al mahout un sueldo y una vivienda para él y su familia, así no tiene que explotar al animal. Si le comprásemos el elefante luego iría a buscar otro para venderlo, de esta manera paramos la rueda de explotación”, explica Tina Steinbrecher, bióloga alemana que trabaja en la fundación.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Llegada al Resort

Pero rebobinemos. Estamos llegando por primera vez al resort, la entrada parece un santuario dedicado, cómo no, a los elefantes. Caminas por una entrada ancha, a los lados hay dos estanques con peces japoneses, suena una leve música asiática y te sientes observado por seis cabezas gigantes de elefantes de bronce. En este contexto viene a mi mente la escena de las esfinges en La historia interminable.

Al final de este momento de enajenación mental aparece una amable señorita tailandesa con las palmas de las manos unidas sobre el pecho que me saluda e invita a ir a la recepción.

Me siento y mientras realizo el check-in, me ofrece una mousse de maracuyá y, lo más increíble, llega una masajista y me da allí mismo un masaje en el cuello. Por si todavía alguien no sabía cómo se las gasta el lujo asiático.

El bar y el restaurante son espacios elegantes y sobrios, evocan un estilo clásico colonial, con grandes muebles de teca, sofás de piel, máscaras y objetos tradicionales, como un arpa tailandesa o una escultura de bronce con forma de bailarina. Un poco más adelante, y sin dejar de admirar las majestuosas vistas al río de la triple frontera, aparece una larga y moderna piscina infinita rodeada de hamacas para tomar el sol y dedicarse a sacar fotos para dar envidia en Instagram.

Las habitaciones también responden a la premisa del lujo asiático: muy amplias, con jacuzzi que conecta el baño y el salón, grandes ventanales, una terraza, salón comedor, sección de cafés y tés de autor, vestidor y un baño repleto de mármol con todos los accesorios inimaginables. Y el albornoz blanco que nunca falte.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Detrás de todo este majestuoso escenario hay un eficiente equipo de personas, capitaneados por un manager general, el francés Gauderic Harang, que se esmera en que todo esté perfecto y en que el cliente tan sólo tenga que dejarse llevar por la suave corriente del ensueño asiático.

Gastronomía Tailandesa

Conocer a los elefantes y vivir la experiencia de la triple frontera son razones suficientes para visitar el lugar, pero en este resort hay mucho que hacer, ¿qué tal un curso de cocina tailandesa?

Disponen de una sala moderna y perfectamente acondicionada donde aprender a cocinar mango sticky rice o la famosa sopa Tom Yum con caldo de marisco, gambas, lima, cilantro y chile. Lo cocinas y luego allí mismo te lo comes. Así de fácil.

Otra actividad que no puede faltar en una visita a Tailandia son los masajes. Un idílico espacio decorado con formas geométricas en las paredes, cuadros, orquídeas y una suave música sirve como escenario para poner a punto tu cuerpo y dejar atrás las contracturas del cuello y dolores de espalda tan propios de nuestro tiempo.

A modo de despedida, ¿qué te parece una cena de diseño única en su especie? Imagina subir en 4×4 a lo alto de una colina, donde te espera una estructura de madera rectangular decorada con telas blancas y vista de 360 grados a los tres países y una selección de comida local y carnes a la brasa regadas con vino tinto francés preparadas allí mismo por un chef. Y para sellar con un broche de oro la experiencia: la inesperada visita de dos de los gigantes protagonistas de esta historia.

 

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