Publicado en Condé Nast Traveler

Elefantes marinos, focas leopardo, ballenas, pingüinos que corretean por todas partes, glaciares milenarios, la Antártida ofrece un espectáculo único para los amantes de la naturaleza salvaje.

Visitar una pingüinera en la Antártida es una de esas experiencias que jamás se olvidan, entre otras cuestiones por el fuerte olor que emanan. La de la isla Barrientos, en el archipiélago de las Shetland del Sur, alberga unos 8.0000 individuos de las especies papúa y barbijo. La única manera de llegar es con una Zodiac (al igual que ocurre en la mayoría de las islas, donde no existen embarcaderos) . A medida que te aproximas comienzan a dibujarse en el horizonte unas pequeñas curvas que se intuyen cabezas. Son cientos y están por todas partes.

Verano antártico
© Miguel Ángel Vicente de Vera

Los pingüinos papúa miden unos 80 centímetros de altura y llegan a pesar 7 kilos. Tienen un pico de color naranja y una pequeña mancha blanca en su cabeza. Su característico plumaje negro y blanco les da un toque elegante, como si llevaran puesto un frac. El barbijo es más estilizado y fino, con una línea negra bajo los ojos. Es un animal muy gregario, que vive en grupos de hasta un millón de individuos.

Resulta imposible no esbozar una sonrisa al contemplar su torpe y divertido caminar. Tiene mucho de chaplinesco, con el cuerpo balaceándose de un lado a otro, como si llevaran un par de enormes aletas de bucear.

Unos duermen plácidamente boca abajo, otros salen disparados del agua cual acróbatas para caer de pie; también se reúnen en grupos, elevan sus picos hacia el cielo y cacarean (un canto similar al de una gaviota, pero más grave y roto) , como si estuvieran departiendo sobre algún asunto de vital importancia.

Son muchas las hembras que acicalan y miman a sus polluelos, que nacieron hace tan solo unos pocos meses. Su imagen es todavía más tierna que la de sus progenitores. Son literalmente peluches vivientes, nada más verlos sientes unas irrefrenables ganas de abrazarlos contra el pecho.

antartida pingüinos
© Miguel Ángel Vicente de Vera

Naturaleza en estado puro

Pero no todo es tan idílico en este santuario de vida animal. La naturaleza posee un rostro salvaje e inclemente. Es habitual toparse con esqueletos de pingüinos y partes del cuerpo cercenadas (sobre todo aletas, que debido a su origen cartilaginoso tardan más en descomponerse) .

Allí fuimos testigos de cómo una skúa (ave antártica carnívora) devoraba sin contemplaciones a un polluelo de pingüino, mientras el resto permanecía impotente frente a la escena de tintes de tragedia griega.

El paisaje de la Antártida tiene algo de lunar y apocalíptico : en el interior del continente se extiende un verdadero desierto de nieve compuesto de interminables llanuras blancas sin atisbo de vida. Es habitual no ver el sol a lo largo del día, ya que permanece cubierto por una espesa capa de niebla.

En invierno las jornadas trascurren 24 horas en la oscuridad, y en verano la luz no desaparece. Las temperaturas son también extremas, con registros de hasta 89 grados bajo cero, las más baja del planeta.

antartida lobo marino
© Miguel Ángel Vicente de Vera

 

Colonias de elefantes marinos

En la isla de Dee, cerca de Barrientos, viven colonias de elefantes y lobos marinos. Aprovechan el buen clima (una media de menos cinco grados) de los meses de verano para dar a luz y amamantar a sus crías. Un grupo de seis elefantes marinos se dedican básicamente al dolce far niente: sus siestas tan solo son interrumpidas para estirarse y bostezar.

La presencia del macho (mucho más grandes que las hembras) es imponente: su cuerpo puede llegar a pesar 4.000 kilos ; las aletas son muy pequeñas en proporción al resto de cuerpo, por lo que en la tierra tiene que arrastrarse como si fuera un colosal gusano. La nariz retráctil le otorga un aspecto grotesco. A pesar de esa intimidante apariencia su mirada rebosa humanidad, no es difícil atisbar al ser vivo que habita en él, que nos ausculta, nos interroga, tal y como nosotros hacemos.

pingüino antártida
© Miguel Ángel Vicente de Vera


En una aislada bahía de Dee, sobre un lecho de nieve y frente a un glaciar flotante, tuvimos la enorme suerte de encontrarnos una hembra de foca leopardo, un animal muy difícil de avistar. Llega a pesar 600 kilos, destaca su piel moteada con manchas negras, de ahí su nombre.

Es conocida por su agresividad. Devora pingüinos, focas y lobos marinos con pasmosa facilidad. Ahora, descansando junto a su cría, mostraba su rostro más afable.

El cementerio de ballenas

Mucho se ha especulado sobre el mito de los cementerios de ballenas, bahías alejadas del mundo, donde las mayores criaturas del planeta acuden a fallecer en paz. Pues bien, sí que existen. A unos 200 metros de la base hay una pequeña playa de tierra negra y cantos rodados con numerosos restos de ballena –vértebras y costillas-, y al menos tres esqueletos completos, que recuerdan al armazón de un gran barco varado.

Uno de los científicos explica que debido a su proximidad a la costa y al estado de la osamenta el animal llegó allí por sí mismo, ayudado por las mareas. Al caminar por el camposanto animal se respira una solemne paz.

La Antártida, además de ser uno de los últimos ecosistemas donde la huella humana todavía no es visible y albergar el 70% de agua dulce del planeta, nos muestra que a veces, las leyendas son ciertas.

© Miguel Ángel Vicente de Vera


Visitar la Antártida

Además de ser un destino turístico, en la Antártida se desarrollan investigaciones científicas. Tuve la oportunidad de participar en la XXII Expedición Antártica del Ecuador, liderada por el comandante Julio Ortiz Melo y organizada por el comandante Juan Carlos Proaño, director del Instituto Antártico Ecuatoriano durante tres años.

En ella participaron científicos franceses, españoles, colombianos y ecuatorianos. Entre otras cuestiones investigaron los efectos del cambio climático, el uso de microorganismos naturales para la degradación de hidrocarburos, el comportamiento de las corrientes antárticas o la evolución de los glaciares. Su base, la Estación Científica Pedro Vicente Maldonado , está ubicada en la isla de Greenwich, en el archipiélago de las Shetland del Sur, muy cerca del continente.

El llamado sexto continente está legislado por el Tratado Antártico, firmado en Washington en 1959. Ecuador -al igual que España que posee dos bases- es uno de los 53 países forman parte de él. Además, es miembro consultivo, tiene voz y voto para la toma de cualquier decisión. Este tratado congela cualquier tipo de reclamación territorial, prohíbe las prácticas militares y promueve la investigación científica con fines pacíficos.

Cómo ir

En la Antártida no existen hoteles, tampoco hay vuelos de avión regulares. La única manera de visitarla es en un crucero, que tienen una duración media de 15 días. Los puntos de partida son la ciudad de Punta Arenas, en Chile y Ushuaia en Argentina. Algunas empresas que ofrecen este servicio son: Patagonia Online , Patagonia Antártica o Viajes La Antártida .

 Cuándo ir

En la Antártida solo existe una temporada de visita, que va de noviembre a marzo, el resto del año no se puede visitar debido a las adversas condiciones climáticas. Ahora, en la primavera española, es el mejor momento para planificar tu viaje y reservar tu estancia.