Publicado en Condé Nast Traveler

Los primeros rayos de luz de la mañana despiertan el blanco inmaculado de la medina. La vida florece de nuevo, siempre igual y diferente: las persianas comienzan a chirriar, las ventanas de un azul eléctrico se abren y aparecen las primeras siluetas recorriendo la calle. De fondo, como un lejano pero persistente rumor, las olas de Atlántico chocan contra las murallas. Bienvenidos a Asilah, la ciudad azul del norte de Marruecos .

La puerta de Bab El Bhar (puerta del mar) es uno de los accesos principales a la medina. En la entrada hay un concurrido mercado de frutas. Tras su umbral nos sumergimos en un vertiginoso flujo de tiempo: no hay coches, ni motos, ni guiños al tecnificado siglo XXI.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

En su lugar, hay mujeres con la tradicional chilaba (vestido típico musulmán) dispuestas a realizar las gestiones de la mañana, también artesanos, vendedores de babuchas –las de Asilah son muy apreciadas- y algún que otro grupo de ancianos tomando té de menta. Maravillosa y extrañamente todas las casas están pintadas de blanco y azul.

El arte de pasar el tiempo

Los marroquís son unos verdaderos artistas en cuanto al manejo del tiempo. Ni rastro de estrés en sus rostros. Parece que cada acto, cada acción exige su espacio, como si fuera una pequeña ceremonia; y ellos se entregan a cada actividad con santa devoción. Dicho de otra manera, si hablan contigo te dedican el 100% de su atención. Prisa mata.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Dentro de la medina, hay que dejarse llevar y sorprenderse ante cada nuevo rincon por descubrir. Olvídate de las aplicaciones del móvil y guías turísticas. Es un espacio relativamente pequeño, así que seguro que no te pierdes.

Sus calles están impolutas, –algo poco habitual en las medinas marroquís- y las fachadas de las casas parecen haber sido encaladas la noche anterior. Asilah recuerda a Chefchaouen , pero no es tan turístico y ofrece unas impagables vistas al mar.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Antes o después te encontrarás con una gran plaza donde se levanta una torre, que nos recuerda la importante función defensiva de la ciudad. Muy cerca, está la Gran Mezquita, con su esbelto minarete octogonal y el Centro Hassan II, un espacio que alberga congresos y exposiciones. Allí mismo se celebra el Festival de Cultura Internacional, que tiene lugar cada año en el mes de agosto. Para esas fechas, llegan artistas y músicos desde varios países. Los días que dura el festival toda Asilah es una fiesta.

Ilustres vecinos

El arte está muy presente en Asilah. Hay varias galerías, centros culturales y artistas que buscan refugio e inspiración bajo el cobijo de sus murallas.

Uno de los más famosos es Omrani, un pintor marroquí que tiene una maravillosa galería repleta de cuadros pintados únicamente de azul. El mismísimo Paul Bowles tenía aquí una casa, al igual que el escritor Antonio Gala, que pasaba largas estancias en la medina. Tampoco podemos olvidar a los gatos, ilustres vecinos que forman parte esencial de este decorado.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Hay una celebración, casi para iniciados, que nadie que visite Asilah se debería perder. Todos los sábados un grupo de músicos se reúnen en el bar Los Pescadores, muy cerca de la puerta de Bab El Bhar, para cantar canciones populares hasta el amanecer.

Los músicos se colocan unos frente a otros, en estructura rectangular, armados con instrumentos tradicionales. La atmósfera está cargada por el humo de la sisha y el olor a menta. Casi no te puedes mover. Ellos cantan, gritan, se suben sobre la silla y elevan los brazos. Puro frenesí marroquí.

Breve historia de Asilah

Vale la pena repasar rápidamente la fascinante historia de Asilah. Los fenicios fueron los primeros que la poblaron, en el siglo II a.C. También pasaron los cartagineses y romanos, que utilizaron este territorio como puerto comercial.

Los árabes la conquistaron en el año 712, y es de esa época que proviene su nombre Asilah. En 1471 los portugueses la invadieron, convirtiéndose en un importante enclave de la ruta del oro sahariano. Luego pasó en numerosas ocasiones de manos españolas a árabes, hasta 1956, que Marruecos obtuvo su independencia.

Asilah es también un punto estratégico para explorar la región: Larache es otro simpático pueblo ubicado a 48 kilómetros de distancia; Tánger, la que fuera cuna de los excesos y del libertinaje de la Generación Beat durante los años 40 y 50, está a tan solo una hora. Otra buena opción es la famosa Chefchaouen, a dos horas y media por carretera.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Vamos a la playa

La playa es otro de los grandes protagonistas de esta ciudad. Hay una más pequeña y turística frente a la medina, a la que no se tarda más de tres minutos a pie. Por las noches colocan mesas y sillas para poder cenar frente a la orilla. Por cierto, el pescado y el marisco en Asilah es una absoluta maravilla, y a unos precios muy económicos.

Si sigues caminando hacia la izquierda aparece una kilométrica playa de fina arena prácticamente desierta, donde puedes olvidarte de todo, echarte una siesta frente al océano Atlántico y sumergirte en el sueño de una noche de verano. O invierno.

 

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