Publicado en Condé Nast Traveler
Desde la ventana se asoma un desfiladero de más de cuarenta metros de caída libre. El juguetón traqueteo nos acerca, lenta pero persistentemente, hacia el abismo. Entre los turistas prevalece la risa nerviosa que acompaña los momentos de tensión controlada.
Un padre coge entre sus brazos a un niño de cuatro años con ínfulas de Superman. Los vagones del tren son de mediados del siglo pasado, totalmente restaurados.
Su interior es de madera, con grandes ventanales que se abren con un sencillo pestillo; en la parte superior hay unas redes de tela, para dejar las pertenencias.
Incluso los guías turísticos visten traje azul entallado, a juego con una gorra con visera y placa metálica, creando una atmósfera de otra época, como si ese tren nos permitiera viajar en el tiempo.
La excursión turística que ofrece la empresa estatal Tren Ecuador , recorre el tramo que va desde el pueblo de Alausí hasta la estación de Sibambe.
El trayecto tiene una duración de unos 30 minutos, descendiendo desde los 2.300 metros sobre el nivel del mar, hasta los 1.800, salvando un desnivel de 500 metros, permitiendo la presencia de diversos microclimas a lo largo del recorrido.
El zigzag del diablo
El tren prosigue a través una sinuosa vía de profundas gargantas, atravesando la cordillera de los Andes , que ahora presenta su rostro más imponente: grandes macizos de roca, montañas cubiertas de un manto verde, matorrales andinos, cactus…
En la parte final, y tras pasar unas bucólicas escenas serpenteadas por el caudal del río Alangasí, que yace al fondo de un cañón, aparece la famosa Nariz del Diablo. Se trata de una gigantesca roca de forma triangular que recuerda a una nariz.
La única manera de conquistarla fue a través del diseño de ingeniería de zigzag: el tren baja hasta donde se lo permite la arista de la montaña y se detiene. Un operador que se llama traquetero hace una maniobra y modifica el raíl.
El tren emprende marcha atrás y baja otro tramo. Repite la maniobra y finalmente llega a la parte baja de la mole.
Tan solo cuando recorres el trayecto entiendes el hercúleo esfuerzo técnico y el sacrificio humano que implicó esta construcción ferroviaria que se remonta a principios del siglo XX.
El espectador está perplejo, no sabe si mirar al paisaje andino o perseguir maravillado la obra de ingeniería.
Al llegar a la estación de Sibambe, y luego de un hondo suspiro, puedes visitar casas tradicionales hechas de adobe, ver cómo funciona un trapiche del que se obtiene zumo de la caña de azúcar o probar penco azul o shawarmishki, una planta similar a la sábila, pero de sabor dulce.
Las mujeres visten la tradicional pollera roja bordada, con blusa blanca y sombrero blanco. Explican que en esta comunidad las mujeres usan un fajín y collares de un solo color si son solteras.
Por el contrario, si están casadas usan esos accesorios, pero en versión multicolor y sombrero blanco, para indicar que pertenecen a la comunidad del Chimborazo, la montaña más alta del país.
No faltan los bailes tradicionales y el puesto de souvenir con artesanías, como mandan los cánones turísticos de la región.
La historia que hay detrás
El contexto histórico resulta imprescindible para comprender la grandeza de este tren.
La Nariz del Diablo es un tramo del Ferrocarril Transandino -hoy llamado Tren Ecuador-, una línea de 452 kilómetros que en aquella época conectaba Guayaquil , el principal puerto del país, con Quito , la capital ecuatoriana ubicada a 2.800 metros de altura.
Tenía la finalidad de dinamizar la economía del país y convertirse en un símbolo de progreso y unidad nacional. El primer trayecto se inauguró en 1873, durante la presidencia de Gabriel García Moreno.
Tras unas obras de gran complejidad y lidiar con fuertes actividades sísmicas e inundaciones, la locomotora número ocho llegó el 25 de junio de 1908 a la estación de Chimbacalle, al sur de Quito. Fue todo un acontecimiento histórico.
En esta titánica obra de ingeniería el tramo más inaccesible era el de la Nariz del Diablo, hasta tal punto de que en su época se la conociera internacionalmente como “la vía ferroviaria más difícil del mundo”. El reto a batir era una gigantesca roca de un afilado perfil.
Su nombre se debe en gran medida a la historia negra que le acompaña. Para construir tan solo 13 kilómetros de vía, cerca de 3.000 personas -en su mayoría jamaiquinos e indígenas- fallecieron durante la ejecución ; bien por las explosiones de dinamita, enfermedades, derrumbes, picaduras de serpientes o las deplorables condiciones laborales.
A día de hoy, los lugareños aseguran que algunas noches en los alrededores de la estación de Sibambe todavía se escuchan los gritos de las almas en pena de los finados.
Alausí, un pintoresco pueblo andino
Actualmente lo único diabólico es el inclemente sol que azota a medio día durante el periodo estival. En realidad, se trata de una de las mejores excursiones turísticas que se puede realizar en los andes ecuatorianos.
Alausí es un pintoresco pueblo enclavado en los Andes, con decenas de casas coloniales de dos plantas y fachadas de colores decoradas con terrazas.
La amplia y cuidada plaza del pueblo, la imponente iglesia y el ayuntamiento dan cuenta de la importancia que Alausí tuvo en el desarrollo de la economía de Ecuador .
Si visitas Alausí, lo más probable es que lo hagas desde Quito. Lo más recomendable es viajar en coche privado o autobús hasta la ciudad de Riobamba, a tan solo tres horas de la capital.
Allí puedes haces noche y disfrutar de su animada vida nocturna , su ambiente cultural y un excepcional centro patrimonial, una especie de Alausí, pero a lo grande, más monumental y urbanita.
En esta zona del país hay una gran tradición de haciendas dedicadas a cultivos de caña de azúcar, cereales o ganado. Muchas de ellas han sido reconvertidas en hoteles. Vale la pena dormir en una de ellas para sumergirse en el Ecuador colonial.
Las haciendas ecuatorianas
Una de las más conocidas es la Hacienda Abraspungo , a tan solo unos 15 minutos del centro. En sus jardines hay animales y plantas de la región, como el fabuloso polylepis o árbol de papel, cuya corteza se deshace en finas láminas marrones.
A los ojos del europeo es una verdadera rareza. En las salas de la hacienda se amontonan con esmero objetos y piezas de arte del siglo pasado, como si fuera un verdadero Gabinete de Curiosidades:
Hay vírgenes de la época colonial, máscaras de madera que usan las comunidades locales para ciertos rituales, fotografías en blanco y negro, maletas de cuero y monturas de caballo llamadas galápagos -que luego darían el nombre a las famosas tortugas gigantes-.
La decoración del lugar es rústica y elegante, todo trabajado en madera con un gran sentido estético.
Al día siguiente es mucho más fácil recorrer por vía terrestre las dos horas que quedan para llegar hasta Alausí. Si es posible hay que hacer el trayecto de día, ya que ofrece unas genuinas estampas rurales.
De repente aparece una señora con la edad del cielo acompañando a un rebaño de ovejas o una manada de vicuñas galopando por el páramo. O un señor con traje tradicional arando el campo con dos bueyes, escenas que debido a los embates de la modernidad se están extinguiendo.
Con un poco de suerte, y si el día está despejado, podrás contemplar el Chimborazo (6.268 metros) : el punto más cercano del sol del planeta. Pero esa historia la dejamos para otra ocasión.