Publicado en La Vanguardia

La vida del centro histórico de Quito transcurre envuelta de colinas verdes y volcanes. Al frente, una maraña de casas, iglesias y plazas organizadas en el tradicional modelo de damero de origen colonial, que se va adaptando caprichosamente a las variaciones del terreno. Tan solo hay que alzar la vista y disfrutar del espectáculo de la cordillera de los Andes. Al girar el rostro hacia el oeste, la vista choca de frente con el majestuoso Pichincha (4.794 metros), el volcán que le da nombre a la provincia.

No debemos olvidar que Quito (2.850 metros) es una de las capitales que están a mayor altura del planeta. Para compensar la disminución de oxígeno en el aire, mejor si las primeras 24 horas se evitan los esfuerzos físicos. Luego de esta breve adaptación, toca explorar una parte de los cuatro kilómetros cuadrados de superficie que abarca el centro histórico, uno de los más grandes de América. Recorrer sus angostas calles, es un verdadero deleite. Prácticamente cualquier edificio con el que topemos nos regala algún detalle para la retina. Predomina la arquitectura residencial y comercial; casas señoriales de una o dos plantas con techos artesonados, balcones, amplios ventanales rebosantes de macetas, terrazas y balaustradas. Las casas están pintadas en una gama de colores pastel verde, beige, amarillo en incluso azul, concediéndoles un pintoresco aspecto que tanto gusta al objetivo fotográfico.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

El centro histórico es también un excepcional ecosistema humano. Todavía pululan en la plaza Grande los fotógrafos -una especie condenada a la extinción-, que retratan e imprimen al instante tu paso por la capital, curas franciscanos con sus típicos hábitos marrones y vendedores que ofrecen un sinfín de productos: hojas de coca, cordones, enhebradoras de agujas, tartas, pulseras, estampas de la virgen o café soluble.

Las mujeres indígenas caminan con sus hijos recién nacidos a la espalda, protegidos por una chalina, con su sombrero y trenza -o guango- de un negro abisal. Siempre encuentras artistas callejeros, ganándose la vida improvisando a ritmo de rap o bien con los pasillos tradicionales, canciones de corte melancólico y romántico. También hacen presencia los ancianos que salen a leer el periódico radio a ver la vida pasar, los turistas armados con sus futurísticas cámaras, los curiosos, vecinos de toda la vida y cuenta cuentos, conformando todos un singular retablo humano.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Quito, capital patrimonial

La arquitectura religiosa tiene un papel predominante en este conglomerado arquitectónico de la ciudad de Quito, fundada en 1534. La iglesia más destacable es la de La Compañía de Jesús, uno de los mejores ejemplos del barroco de todo el continente americano. Su construcción comenzó en 1605, se necesitaron 160 años para finalizarla. Da la bienvenida una imponente fachada minuciosamente tallada en piedra volcánica, con cuatro columnas salomónicas, dinteles y hornacinas, que albergan figuras de santos, entre los que se encuentra Ignacio de Loyola, fundador de la orden. El interior está completamente revestido de pan de oro, cada rincón destella luz, generando un efecto óptico de epifanía, de un mundo fuera de este mundo.

Destaca el profusamente decorado altar mayor, de tres cuerpos, construido en madera de cedro y revestido íntegramente en pan de oro respetando el principio del barroco horror vacui, con sus respectivas columnas salomónicas, nichos, frisos, molduras y el omnipresente relicario.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

La Iglesia de San Francisco es otra de las joyas coloniales de Quito. Con sus tres hectáreas de superficie, se trata del mayor conjunto eclesiástico urbano de Sudamérica. San Francisco se erige en una hermosa plaza adoquinada con la que comparte nombre, rodeada de tiendas y restaurantes. La iglesia principal data de 1535 y está construida bajo la influencia de varios estilos arquitectónicos, como el renacentista, el barroco o el mudéjar, con una extensa representación de cuadros y esculturas de la famosa Escuela Quiteña. El interior de este complejo religioso es asombroso. Alberga 13 claustros, tres templos, una escuela, conventos, jardines, huertos, un museo de arte colonial, una verdadera ciudad conventual.

Hay que destacar el importante esfuerzo que los hoteleros han hecho para poder alojarse en el centro histórico, algo que hasta hace poco era difícil, por la falta de oferta. Si visitas Quito debes vivir la experiencia en esta maravilla patrimonial.

Precisamente una de las mejores vistas de la plaza de San Francisco es desde la terraza del Hotel Gangotena. Se trata de una antigua mansión de principios del siglo XX construida bajo las premisas del art déco, con grandes candelabros, cortinas de satén, esculturas y fastuosos salones para tomar un té rodeado de orquídeas multicolores, endémicas del Ecuador. Su restaurante está considerado como uno de los mejores de la ciudad.

El barrio de San Marcos

San Marcos, atravesado por la calle Junín, es uno de los barrios con mayor encanto del centro de Quito. Es, sin lugar a dudas, el que está mejor conservado. Prevalece una gran unidad arquitectónica, todo es limpio, bello y bien cuidado. Las fachadas de las casas están pintadas con vivos colores, en torno a la iglesia de San Marcos, el epicentro del barrio. Éste, bien podría ser parte de un barrio de una ciudad andaluza o italiana. Es también conocido por dar cobijo a un gran número de artistas y artesanos: hay pintores, orfebres, ebanistas, con sus locales abiertos al público, en los que se puede ver cómo aplican sus técnicas ancestrales sobre el cobre, la madera o el lienzo.

Justo en el barrio de San Marcos se encuentra el Hotel Illa Experience. Se trata de una casa colonial centenaria restaurada íntegramente, que ofrece una exquisita experiencia hotelera. Tiene seis habitaciones distribuidas en dos plantas, y ofrece una atmósfera familiar y cercana. La decoración es sobria y sofisticada, siempre con un guiño a la cultura e identidad quiteña. En el subsuelo hay un maravilloso jacuzzi, servicio de masajes y unas vistas de ensueño al Panecillo, una emblemática colina coronada por una virgen alada hecha de aluminio, la mayor estatua del mundo construida en este metal.

Quito centro histórico
© Miguel Ángel Vicente de Vera

Una tercera y excelente opción de alojamiento, para vivir la experiencia de estar inmerso en el centro histórico es el Hotel Carlota, con una privilegiada ubicación, a tan solo unos 100 metros de la plaza Grande. Se trata de una antigua casa colonial, también redecorada con un exquisito gusto, donde se combina una estética moderna y futurista, con elementos tradicionales. Este hotel boutique ha recibido varios reconocimientos por su compromiso ecológico. Reutiliza el 70% del agua que produce y el 30% de su energía es solar. Cada una de las habitaciones y estancias son una oda al buen gusto, con una pequeña bodega de vinos y sala de lectura.

Los tres hoteles patrimoniales poseen unas terrazas acondicionadas como bar y restaurante con unas fabulosas vistas. La del Hotel Carlota ofrece una amplia carta de gintonics, sus brunchs de los domingos son muy conocidos. La del Gangotena permite ver, en todo su esplendor a la plaza San Francisco, y las del hotel Illa Experience revelan las mejores vistas panorámicas del Panecillo. No es necesario estar hospedado en los hoteles para hacer uso de sus terrazas bar. Lo idea es ir a las 18:00 para ser testigo de la puesta de sol.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Plaza de Independencia

De vuelta a la cotidianidad de la calle, es visita obligada la plaza de la Independencia, también llamada plaza Grande, el lugar donde con más fuerza palpita el pulso del Quito antiguo. Aquí descansa el soberbio palacio de Carondelet, la sede presidencial. Frente a él el Ayuntamiento de Quito. En otro de sus costados destaca la catedral y en el antiguo palacio Arzobispal, transformado en un pintoresco patio de comidas, rodeado de historia, donde comer algunas de las comidas tradicionales, como la fritada (trozos de cerdo fritos en su grasa, acompañados de aguacate y mazorca de maíz), el locro de papa (una sabrosa crema elaborada con leche, patata y queso) o el siempre efectivo ceviche de pescado (pescado cocinado en limón y aderezado con tomate y cebolla).

En el centro de la plaza está el monumento a la Independencia, una robusta columna conmemorativa, punto de encuentro y centro de manifestaciones, que nos recuerda donde aconteció el primer grito de independencia de toda Latinoamérica, un hecho histórico que le ha dado a la ciudad el sobrenombre de: “Quito, la luz de América”.

© Miguel Ángel Vicente de Vera
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