Todavía quedan en Tailandia escenarios dignos de un cuento de hadas. El Parque Nacional Khao Sok es uno de ellos. Llegamos de casualidad, recomendados por un amigo, pero sin saber realmente qué nos íbamos a encontrar. Muchas veces esta falta de expectativas son muy propicias para que la sorpresa sea todavía mayor. Y así fue. Fuimos a principios de noviembre, todavía en temporada baja, pero con un clima maravilloso. Soleado, pero sin tanta humedad.
El autobús te deja a dos kilómetros de la entrada del parque, en una calle principal que alberga decenas de resorts, restaurantes, agencias de turismo y algún que otro bar. Nosotros optamos por un lugar un poco más tranquilo, a unos 10 minutos en bicicleta, porque queríamos descansar y recargar pilas, y la verdad que no podíamos haber elegido mejor. El silver Cliff resort tienes unas cabañas muy sencillas hechas de madera, rodeadas por un río que puedes escuchar por la noche al dormir (me encanta), y algo que nunca había visto antes: tiene unas cuevas privadas con corales petrificados., y eso que estamos a más de 100 kilómetros del mar. Una maravilla. Pero es que además muchas tardes te puedes encontrar con los elefantes de un vecino! Cosas locas que solo te pasan en el Sudeste asiático.
Kareen, de origen escocés es la propietaria. Es una de esas personas que transmiten su energía a todo el local. Realmente es un cielo de mujer, muy atenta, siempre con ganas de conversar y con una inmejorable y actualizada información de la zona. Desde el primer instante admiramos su valentía. Ella sola maneja el resort, siendo mujer en Tailandia. Y lo disfruta mucho, todo un ejemplo.
La excursión al lago se hace con tour, no hay otra manera. Y puedo decir sin dudare que fue una de las mejores experiencias que tuvimos durante las tres semanas que estuvimos en Tailandia. Brutal, así, sin concesiones. El trayecto al embarcadero dura una hora. Allí compras la entrada al Parque Nacional (300 Baths) y comienza el espectáculo. Tras unos minutos en una pequeña embarcación de madera decorada con vivos colores comienzan a divisarse desde el horizonte afiliados montículos que sobresalen del mar, decorados con un manto de densa vegetación. Están dispersos, de una manera caprichosa, conformando un insólito espectáculo. La barca prosigue a través de suaves cadenas montañosas, con el agua turquesa, los montículos, y tú transportado al país de las maravillas, te olvidas de quien eres.
No los vas a ver, están muy adentro, en zonas inaccesibles, pero el parque alberga tigres, elefantes, ciervos, tucanes y otros muchos más animales. Los elefantes salvajes sí que los encuentras ocasionalmente, pero no fue en nuestro caso. Luego de otra hora de travesía marina llegas a un embarcadero de casas flotantes de madera, estilo bugalow polinésicos, pero más sencillos. Allí comes, te das un baño y puedes hacer kayak en un contexto de película.
Tras la comida llega una excursión por territorios selváticos donde atraviesas ríos y lodazales. Te recomiendo que te alquiles unos zapatos de plástico si no quieres volver con los zapatos hechos un cristo. Con suerte encontrarás algún pájaro, lagartijas y algún que otro insecto. Al final hay una cueva atravesada por un río, un tanto claustrofóbica, que según la época del año puedes recorrerla ataviado con focos. No apto para cardíacos. Luego toca desandar lo recorrido y comenzar una vuelta con un sabor de boca de esos que nunca te abandonan.