Publicado en La Vanguardia

Camboya no es un país fácil, como lo puede ser Tailandia o Malasia. Las carreteras no son las mejores, la oferta hotelera es en general básica, las infraestructuras turísticas son también elementales y las tasas de pobreza son altas. No obstante, esta realidad no merma ni un ápice la fascinación de este país del Sudeste Asiático que nadie debería perderse. En este contexto hay que tener claro qué queremos ver y qué queremos hacer. Es por ello que proponemos un itinerario para aprovechar al máximo la experiencia camboyana.

La mayoría de los turistas llegan directos en avión, o desde Bangkok en tren o bus, hasta Phnom Penhla capital. Es una ciudad vibrante, grande y convulsa. Las primeras horas es habitual sentirse un tanto desubicado por la omnipresencia de los los tuk tuk -motos con una estructura trasera que permite llevar a pasajeros-, gentes caminando por todos lados, vendedores ambulantes y un calor sofocante. Lo mejor es comenzar por lo más sencillo y despampanante: su palacio Imperial.

 

El palacio Imperial es la residencia actual de los monarcas, no olvidemos que Camboya es una monarquía constitucional, situación que provoca que haya zonas vetadas al público general. Aún así podemos ser testigos de la belleza y fascinación del lugar. El palacio principal tiene una serie de techos superpuestos de color dorado con amplios ventanales decorados. Las áreas palaciegas, con zonas de césped y exuberantes árboles de la región, están cuidadas con esmero.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Los camboyanos son tremendamente simpáticos, en cuanto te vean te saludarán con una leve reverencia, y de inmediato te sonreirán. En el paseo es habitual cruzarse con jóvenes budistas, que también están de visita. La pagoda de Plata es el otro gran símbolo real, alberga varios tesoros nacionales, como un buda de oro con incrustaciones en piedras preciosas.

Al salir te encontrarás de bruces con el río Tonle Sap, que se funde con el fastuoso Mekong en su camino hacia el mar de China. Se trata de un simpático paseo marítimo donde puedes relajarte y contemplar el día a día de los camboyanos: ver cómo hacen ejercicios, caminan junto a sus hijos, corren o pasean en bicicleta. Los alrededores de la zona son un perfecto sitio para cenar en la noche pescados y mariscos de la región. Las ostras son exquisitas y rabiosamente baratas para los bolsillos europeos.

Museo de los Crímenes Genocidas

No te puedes ir de Pnom Phen sin visitar el Museo de los Crímenes Genocidas Tuol Sleng. Este tétrico museo está ubicado en la misma prisión que el régimen de los Jemeres Rojos, uno de los más sanguinarios del siglo XX, donde perpetraron sus abusos y crueldades a la población civil, muchos de ellos jóvenes menores de edad.

Para hacerse una idea, en los cerca de cuatro años que estuvo en el poder este régimen de corte maoísta, fallecieron dos millones y medio de camboyanos, más del 30% de la población local de antaño. Se trata de un antiguo colegio que fue transformado en cárcel. Las habitaciones permanecen tal y como estaban. Son espacios desnudos, decadentes, donde unos pocos rayos de luz se cuelan a través de las persianas. Las paredes están ennegrecidas y sucias, como si fueran el lienzo testigo del horror que aquí se vivió. Tan solo perdura la estructura metálica de una cama oxidada, sujeta a las cadenas con las que amarraban a las víctimas. A pesar de han transcurrido 40 años todavía es visible un reguero de gotas de sangre petrificado en el suelo. La energía sigue siendo tan desgarradora que muchas de las personas que visitan el museo salen con lágrimas en los ojos.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Para airearse después de esta intensa experiencia, puedes ir al night market, toda una experiencia en cualquier viaje al Sudeste Asiático. El de la capital camboyana es famoso por la calidad y el buen precio de sus textiles: camisetas, pantalones de algodón, bolsos, pañuelos, tienen de todo y a muy buen precio. También encontrarás música en vivo y unos numerosos puestos de comida ambulante donde te ofrecerán, entre otras delicias ,pato, insectos rebozados y extraños pescados provenientes del Mekong.

El paraíso camboyano

A unas seis horas en bus de Phnom Penh se llega a Sihaoukville, una ciudad que parece sacada de un guión de Quentin Tarantino. Lo particular de esta ciudad es que pretende ser una suerte de Las Vegas camboyana dirigida al turista chino, ya que en dicho país el juego está prohibido. En los últimos años han proliferado decenas de ellos, ya son cerca de 90 casinos donde pasar noches interminables. El neón, el alcohol y la prostitución son habituales. No obstante, la gran mayoría de los turistas acuden a esta ciudad para dar el salto a las islas de Koh Rong Koh Rong Saloem, el paraíso camboyano.

En esta ocasión visitamos la segunda, menos masificada, más virgen y dirigida al turismo mochilero. Aquí vas a encontrar todos los clichés del paraíso: aguas cristalinas, palmeras mecidas por el viento frente a la costa, hosterías con cerveza bien fría y paseos en medio de la selva. La actividad predominante consiste en tumbarse sobre la arena blanca de la playa, leer un buen libro y dejar que el tiempo de deslice a través de la brisa marina. Si te aburre el plan de permanecer frente al mar durante horas, puedes ir a visitar algunas de las cascadas de la zona, practicar kayak o bucear en algunas de las zonas de corales, y quedarte pasmado ante la riqueza y variedad del hábitat submarino de la zona.

A tres horas de Sihaoukville está la localidad de Kampot, un buen destino para disfrutar de la Camboya rural sin tener que salirte mucho de la ruta principal. Es famosa por sus plantaciones de pimienta y sus cangrejos. Muy recomendable alquilar una moto y dejarse llevar a través de sus pintorescas casas de colores y las amplias zonas de cultivos.

Para visitar Siem Reap debes volver a la capital. Desde allí lo más sencillo es viajar en avión, es una hora de trayecto por un precio de 40 euros. Una opción más económica es el autobús, que tarda unas seis horas. La ciudad de Siem Riep no es tan solo la puerta de entrada al fastuoso templo de Angkor. Es una ciudad moderna con una amplia oferta hotelera y de ocio. Las calles del centro recuerdan mucho al barrio de Khao San Road, en Bangkok: bares con terrazas donde beber litros y litros de cerveza a precios populares, discotecas hasta el amanecer, riadas de mochileros europeos y música en vivo.

A 12 kilómetros al sur de Siem Reap aparece el lago Tonle Sap, el más grande del sudeste asiático. Hay que pagar 20 euros para salir con una barca a motor que te de un paseo. Tras unos minutos comienzan el espectáculo: templos, escuelas, cientos de viviendas, tiendas, todo flotando … Cuando la marea está baja puedes ver las estructuras de madera que sustentas las construcciones. Se trata de comunidades que provenían en un inicio de Vietnam, y que ahora se dedican a la pesca y al turismo. Si bien es una experiencia muy dirigida al turista no deja de ser fascinante.

Inmersión en Angkor Wat

A pesar de que hayas visto un buen ramillete de patrimonios, maravillas del mundo, y ciudades históricas, el complejo de Angkor Wat no tiene nada que ver con el resto. Es un mundo a parte, algo verdaderamente grandioso, misterioso y complejo que cuesta entender a nuestra mente occidental. Para hacerse una idea se trata del mayor complejo religioso del mundo, abarca unos 400 kilómetros cuadrados cubiertos por una densa selva, y nos muestra los vestigios del imperio Jémer que vivió su apogeo entre los siglos IX y XIV.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Para visitar Angkor Wat puedes adquirir tickets de 1, 3 o 7 días. Un día no es suficiente, es más recomendable el de tres días. Para evitar las grandes colas es una buena idea ir el día anterior a última hora, y la mejor manera de visitarlo es contratar un tuk tuk que te lleve a los lugares más reseñables. Hacerlo a pie es extenuante, las distancias son enormes. Los más deportistas lo hacen en bicicleta, pero hay que tener en cuenta las fuertes olas de calor que se registran durante la mayor parte del año.

Angkor Wat fue el centro político y religioso del imperio. Está en su mayoría dedicado a deidades hindúes, como Vishnú o Brahma, pero con el devenir de los años también veneraron a Buda. La mayoría de ellos responden al patrón de templos monte, que simboliza el acercamiento a los dioses y a la felicidad a través del ascenso a las montañas. Cuesta imaginarse la manera en la que, hace 500 años, pudieron realizar lagos artificiales de cuatro kilómetros de longitud y 200 metros de anchura, todo es monumental.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Se trata de una expresión sublime de la belleza a través de la arquitectura, ingeniería y la escultura con el fin de rendir culto a los dioses. Existe una gran cantidad de edificios, desde reservorios de agua, templos, zonas de almacenaje, patios, bibliotecas, viviendas…

En esta aventura encontrarás cabezas de piedra con cuatro rostros gigantes, serpientes esculpidas de decenas de metros, inmensos templos erigidos con grandes bloques, y reflejos de insultante belleza que te dejarán sin respiración. A parte de la grandeza de las esculturas y los templos, lo que subyuga al visitante, es la simbiosis que realiza con la selva que, poco a poco, ha ido ganando espacio, y se cuela por cada rincón del complejo construyendo escenas inolvidables, un abrazo entre la vasta naturaleza y la expresión racional del hombre.