Publicada en Soho

Hoy es la primera vez de Esteban. Resulta fácil reconocerlo porque es el único en la sauna que lleva algo de ropa: unos calzoncillos color amarillo fluorescente, para ser exactos. Su indiscreta erección tampoco le ayuda a pasar desapercibido. “Es normal. Al principio les cuesta estar desnudos delante de tanta gente, es por eso que nosotros les guiamos, les informamos y les damos la confianza necesaria”, explica Doris Montoya, tesorera de la Asociación de Amigos Nudistas Naturistas Ecuador (Adanne).

Esteban da un par de vueltas en la zona de vestidores. Está inquieto. Frente a él, un pequeño grupo de hombres y mujeres bromea mientras se quitan la ropa sin ningún tipo de pudor. Tras un titubeo, Esteban accede a la zona de baños y se sumerge en la piscina unos segundos. A escasos metros dos mujeres charlan amistosamente. Se lo piensa mejor y sale de inmediato. Mantiene esa sonrisa nerviosa y el bulto en el paquete. Vuelta al punto inicial sin saber bien adónde ir.

Frente a él, pasa una mujer de unos 40 años. Recuerda a una venus de Valdivia: pequeña estatura, caderas anchas, pubis depilado y unos grandes senos vencidos por la gravedad coronados por unos pezones oscuros y firmes. Esteban está paralizado, incapaz de apartar la mirada de esa voluptuosa estampa. Ella sonríe educadamente y se introduce en el baño turco. Él la sigue con cierto disimulo. El interior es cuadrado, con dos alturas y asientos de madera. Tiene cabida para unas 40 personas, pero ahora solo hay nueve. Hay un denso y pesado olor a eucalipto y una cortina de vaho que impide ver con claridad.

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© Miguel Ángel Vicente de Vera

Esteban se coloca tímidamente en una esquina y se mimetiza en el grupo. Hay seis hombres y tres mujeres. La mayoría se conoce desde hace tiempo. Entre ellos prima la camaradería y la complicidad. Manifiestan una exultante alegría. Ese cariño que se profesan también se traduce en caricias. Si un hombre —o una mujer— tiene a su lado a alguien de distinto sexo, no duda en abrazarle, tocarle o acariciarle. La actitud de los allí presentes no da pie a pensar que esas muestras de cariño esconden alguna intención sexual, es más, todos ellos lo niegan de manera categórica. Sin embargo, en el contexto de una sauna con hombres y mujeres desnudos, con permanentes caricias y miradas cómplices, el erotismo impregna con fuerza la atmósfera.

Adanne fue fundada por Mauricio Jaramillo, abogado de profesión, junto a su esposa Doris. Su origen se remonta a 2009, cuando se realizó en el parque Itchimbía la primera marcha nudista de Ecuador. Participaron alrededor de 80 personas. Allí se gestaron pequeños grupos y asociaciones, sin embargo, tan solo ha perdurado esta. Hoy, esta asociación nudista posee cerca de 500 miembros. Formar parte de ella es muy fácil; tan solo hay que acudir cualquier lunes (entre las 16:00 y las 21:00) a la sauna, su cuartel general, donde se reúnen semanalmente cerca de 40 personas.

En su interior se encuentra Doris. De mediana edad, piel morena, ojos grandes y luminosos y espíritu risueño. Ella es la encargada de recibir a los novatos. Lo primero que hace es darles la bienvenida. A continuación, les ofrece una visita guiada —desnuda, por supuesto— por las instalaciones. Les enseña fotografías de las actividades que realizan y, si todo va bien, les da el visto bueno para que sean aceptados. Luego, basta rellenar un simple formulario con sus datos personales y pagar una pequeña tasa de inscripción. El uso de las instalaciones de la sauna tiene un costo de cinco dólares por día.

Acaba de mostrar las instalaciones a otro joven —cerca de 70% de los que acuden son hombres—, que comparte el rostro desencajado de Esteban. No existe una cifra exacta, pero cada semana pueden acudir una o dos personas nuevas. Muchos prueban, pero pocos finalmente se quedan. La mayoría de las ocasiones, según explica Doris, los interesados llegan a través de su de la página de Facebook.

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© Miguel Ángel Vicente de Vera

“No existe ningún requisito. Únicamente que les guste practicar el nudismo, y que sean respetuosos con el prójimo. Esa es la gran regla: el respeto”, explica la tesorera con una de sus infalibles sonrisas. En cuanto a la posibilidad de un desliz por parte de algún candidato irrespetuoso, Doris piensa un instante. “No te voy a mentir, algún morboso hemos tenido, dos o tres quizás, pero fueron expulsados de inmediato. Se detectan al momento”.

Un cliché acerca del mundo del nudismo es la promiscuidad, las relaciones abiertas o intercambios de parejas. Doris se muestra tajante: “Nudismo es compartir con otras personas una filosofía de vida, que es el respeto por uno mismo y por el medioambiente. Aquí no hay sexo, no hacemos nudismo liberal ni nudismo swinger. Claro que, como en cualquier grupo, puede haber atracción entre dos personas y nosotros no lo prohibimos”.

A medida que transcurre la tarde, la actividad aumenta: llegan nuevos socios, se escucha el ruido de alguien que se zambulle en la piscina, comentarios, bromas y sobre todo muchas risas. Al fondo de las instalaciones, hay un pasillo que lleva a la sala de hidromasaje. Es como un jacuzzi, pero más grande. Es un lugar apartado de los demás, con poca luz, perfecto para disfrutar de un poco de intimidad. En su interior, se encuentran ocho personas, hombres y mujeres.

Luis lleva muchos años practicando el nudismo. En su casa no puede hacerlo, debido a la presencia de sus hijos. A su mujer tampoco le hace mucha gracia, así que acostumbra venir solo. “Yo pienso que a los hombres que practican nudismo lo que más les preocupa al principio es el tamaño del pene, si lo tienes más grande o más pequeño. También está la cuestión de que se te pare, pero cuando estás rodeado de gente, te olvidas de esos temas y normalmente no ocurre. A las mujeres les cuesta más desnudarse, les preocupa la línea, tener un cuerpo bonito y esas cosas, porque la sociedad ejerce más presión sobre la imagen de la mujer que sobre la del hombre”.

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© Miguel Ángel Vicente de Vera

En este ambiente, el espacio es reducido y los cuerpos sumergidos bajo el agua irremediablemente se rozan, las piernas de unos y otros se tocan puntualmente sin saber bien su procedencia. Las caricias siguen presentes. Entre todos emerge la figura de Blady, es homosexual y le gusta alardear de ello. Coquetea con los recién llegados, acaricia a uno, juguetea con otro y hace continuas bromas, todas sexuales pero sin maldad, como si fuera un adolescente pícaro y rebelde. Cada broma es replicada por sus compañeros con risas fellinianas, cuyo eco retumba en las paredes del sombrío lugar.

Adanne es un grupo que se caracteriza por su dinamismo. En agosto van a celebrar por segundo año consecutivo el Mes de las Artes Nudistas, con caminatas, exposiciones fotográficas, charlas, ponencias y alguna que otra fiesta, nudista, por supuesto. Además de reunirse todos los lunes, realizan un sinfín de eventos. Básicamente, actividades cotidianas, pero sin ropa: asados nudistas, excursiones nudistas, visitas a las playas nudistas, nochebuena nudista, ‘nudicenas´, carnaval nudista, conciertos nudistas, Día de la Madre nudista, fiesta de disfraces nudista e incluso una preparar una fanesca, un guiso de granos y pescado muy popular en Ecuador en Semana Santa.

Los Pitufos se reunieron en el departamento de Lucy para preparar una fanesca. Así se autodenomina el núcleo duro de la asociación. El nombre proviene del color azul de la indumentaria deportiva que tienen, y utilizan únicamente cuando no les queda otro remedio que llevar ropa. Antes de servir la cena, Lucy, de 34 años, piel tersa y prominentes curvas, ultima los detalles. Con un gran cucharón remueve la fanesca con paciencia, que se calienta en una gran cacerola. La única ropa que lleva son sus zapatos. De manera infranqueable, alude a la mente alguno de los calendarios eróticos que pueblan los talleres mecánicos de medio mundo.

A la cocina, acuden Doris ‘Mamá Pitufa’ y Osita a preparar los platos. La escena es digna de una obra de Rubens, con las turgentes carnes de las ‘Tres Gracias’ adueñándose del espacio. En la sala esperan hambrientos Mauricio ‘Papá Pitufo’, Pancho, Santiago ‘Pitufo Cachondo’ —por obvias razones—, y Alberto, a quien todos le llaman ‘Gargamel’. Son ocho en total. La fanesca está lista. Sirven los platos acompañados por masitas, huevo duro y maduro. Antes de comenzar el banquete, todos se toman las manos y realizan una pequeña oración de agradecimiento. Comienza el festín.

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© Miguel Ángel Vicente de Vera

Luego, música. Unos bailan, otros toman cerveza, conversan, hacen bromas. El ambiente es el típico de una fiesta de amigos, solo que sin ropa. “Para mí estar desnudo es un sentimiento absoluto de libertad”, dice uno. “El nudismo es aprender a aceptar tu cuerpo y a que los demás te acepten, es comprensión y respeto mutuo”, responde otro. Todos coinciden en una palabra: libertad.

Todavía espera una última sorpresa. En una de las habitaciones, está Fabián, quien lleva de farra desde la noche anterior. Se arrastró como pudo hasta la casa para el evento y cayó rendido en uno de los cuartos. Parecía que ya estaba muerto, pero a la tercera hora resucitó. Cuando menos se lo espera abre la puerta con fuerza, totalmente desnudo, y vocifera con voz grave: “Gracias totales”, recordando al difunto Gustavo Cerati.

Permanece ebrio, pero aguanta el temple. A pesar de que la voz sesea, puede hablar. Tras tres platos de fanesca, le vuelve el color al rostro. No deja de bromear y bailar con todas las pitufas de la fiesta. “Yo soy Adán, y todas ellas son mis Evas”, comenta con entusiasmo. Fabián, locutor de radio, está en la asociación hace un año. En el candor de los tragos, cuenta su trágica historia. Unos meses antes de entrar en Adanne, sufrió un accidente de moto en el que falleció su novia. “Esto para mí es una terapia. Estaba solo y me sentía muy mal. Mauricio, Diana y el resto me han adoptado como un miembro más de la familia”.

Como decía Oscar Wilde, la vida es muy corta para andar tomando vino malo. Fabián vuelve al fragor de la velada: baila con todas y todos, hace bromas sin dejar de celebrar. La cena sigue encendiéndose. Cuando está en su mejor momento, alguien timbra. Todos se paralizan. Lucy, la dueña de casa, acude a la puerta con sigilo. No esperan a ningún invitado más. Es su hermano, que desconoce los gustos de su hermana por la vida en cueros. “Hay que vestirse ya”, les dice a los otros pitufos, que aguardan en el salón, inmóviles. Comienzan a vestirse como si de repente sonaran las trompetas del Apocalipsis. Fin de la fiesta.