Publicado en Condé Nast Traveler
La celebrada serie documental Wild, Wild Country recuerda a uno de los personajes más extravagantes de la espiritualidad contemporánea. Visitamos su centro de meditación en la ciudad india de Pune.
Pista central del Penthouze , uno de los clubes de moda de Pune. Altas horas de la madrugada. Música electrónica a todo gas, gente bailando, bebiendo, intentando hablar por señas. Sueños de luces de neón, cuerpos sudorosos, rímel, sonrisas Profiden, camisas entalladas, cortejos crepusculares…
En el centro, entre hordas de hipsters indios veinteañeros y la incipiente Jet Set de la ciudad sobresalen tres túnicas de color granate que literalmente lo están dando todo: bailan espasmódicamente, los brazos por un lado, las piernas por otro, se tambalean, elevan sus brazos con las palmas abiertas como si estuvieran realizando una plegaria de góspel, mientras el cañón de luz LED ilumina la silueta de sus manos.
Los bailes recuerdan a las danzas africanas tradicionales, pero a dos mil revoluciones por minuto. Su cuerpo desbocado contrasta con sus rostros, que emanan un aura angelical. Son europeos, pelo rubio, ojos azules y sí, se lo están pasando a lo grande.
Efectivamente se trata de tres huéspedes del Resort de Meditación Osho , que casualmente se encuentra a cinco minutos de Koregaon Park, la zona de fiesta de la ciudad.
Para los que todavía no lo sepan, este centro fue fundado en 1974 por Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho (Bhopal 1931- Pune 1990) , el líder espiritual más controvertido y bizarro que ha dado India.
Si queréis conocerlo más en profundidad tan solo tenéis que ver Wild, Wild Country , una brillante serie documental de Netflix que aborda la vida de este gran personaje. En ella encontramos bioterrorismo, silencios que duran cinco años, la mayor colección de Rolls Royce del mundo, amor libre, FBI, túnicas imposibles estilo Rappel, intentos de asesinato, armas y ciudades utópicas en medio de la nada. En fin, un delirio que si no fuera porque está archidocumentado parecería una fantasía sacada de un delirante guionista de HBO.
Sigue la fiesta
Volviendo a la disco. Al contrario de lo que muchos pudieran creer estos tres ‘oshitos’ (como se les llaman cariñosamente) no se escaparon, cual cenicientos, del resort. No, ellos pueden salir, beber y celebrar la vida como si no hubiera mañana, que para eso está.
Para entender estos mundos, aparentemente opuestos (la búsqueda del Nirvana y la paz espiritual y las noches de bohemia y desenfreno) , nada mejor que preguntarles a los protagonistas.
Compartir la condición de extranjero en un país exótico genera una cierta complicidad. Así que en un momento en que uno de ellos estaba en la barra haciendo avituallamiento de ron con cola me acerqué a él y me presenté. Con la mejor de sus sonrisas respondió que venían de Holanda, y que tenían previsto estar durante un mes en el centro Osho para meditar y hacer un retiro espiritual.
Luego de un par de temas comunes le entro al trapo y le pregunto por esa admirable exaltación de la vida. “Tradicionalmente el camino espiritual hacia la elevación del alma ha sido a través de la renuncia a lo material, de la introspección, del ascetismo, es lo que ocurre con los sadhus, que viven sin ningún tipo de propiedad, prácticamente desnudos. En Europa pasa lo mismo con los monjes, que se aíslan en monasterios”, me explica.
“Osho predica que ese camino hacia la liberación del alma también se puede lograr a través de la alegría, la risa y la celebración de la vida, y eso es lo que hacemos”, comenta el joven, con la convicción del que ha descubierto en mismísimo Santo Grial. Tras la breve, pero concisa clase de nueva espiritualidad volvió a la pista a predicar con el ejemplo.
Un gran Resort turístico
Es muy posible que la fiesta terminara en el resort de meditación, porque allí también disponen de salas de fiesta, bares y, claro que sí, cañones con rayos de luz LED.
Entrar al llamado por muchos “Disneylandia de la espiritualidad” no es fácil. Es similar a un gran resort turístico y el acceso está restringido a los clientes. Para los curiosos, entre los que me encontraba, existe una visita guiada de un día, previo pago de 1.900 rupias (unos 24 euros) , que te permite llegar a las zonas comunes. Los huéspedes pagan una media de unos 1.200 euros mensuales todo incluido, un precio nada desdeñable en latitudes indias.
Tras fotocopiar el pasaporte y efectuar el pago, un grupo de unas 25 personas acompañados por un guía entramos en el recinto.En el interior predominan los espacios abiertos, las zonas ajardinadas con el césped recién cortado y pequeños senderos por donde pasear. Hay una gran piscina y no muy lejos pistas de tenis y baloncesto. Todos los clientes parecen estar muy atareados en pasarlo bien.
Los jardines son asombrosos, con fuentes, arroyos y una gran presencia de flores y árboles exóticos. Este espacio está abierto al público, como si fuera el legado de Osho a la comunidad.
Es entre estos jardines donde emerge una gran estructura piramidal de color negro que me recuerda al monolito de 2001: una odisea del espacio. Nos explican que allí se realizan las sesiones de meditación, pero no podemos entrar.
También hay un Wine Bar (sí, el alcohol está permitido) , donde grupos mayoritariamente europeos charlan animadamente. Un hecho que genera sorpresa, y alguna que otra mirada pícara, es la indumentaria de todos los huéspedes. Van invariablemente de color granate: los que están en la piscina con bañador granate, los que juegan al tenis con camiseta y pantalón corto granate y el resto con unas túnicas alargadas que acaban en falda del mismo color.
Cuando te encuentras con los ‘oshitos’, todos saludan con un reverencial gesto y una amplia sonrisa, como si estuvieran en un permanente estado de felicidad absoluta.
Un tema controvertido
Hay una cuestión que saca los colores de muchos ciudadanos locales y de alguno que otro extranjero: todos los huéspedes deben hacerse y presentar una prueba del VIH. Cuando le preguntamos al guía al respecto nos ofreció una mueca cien veces estudiada y respondió: “son cuestiones de higiene y seguridad”. Punto y aparte.
A Osho se le conocía como el ‘Gurú del sexo’, ya que entre sus prácticas se encontraba la práctica del sexo libre en grupo, un hecho que le generó no pocos problemas en Estados Unidos. En sus textos se posiciona en contra del matrimonio y entiende la sexualidad como una manera más de relacionarse.
Ninguno de los ‘oshitos’ quiso mojarse, todos respondieron que hay muchas leyendas sobre este tema, que lo importante es “transmitir un mensaje de paz y amor”.
Bien, parece que los secretos de Osho seguirán ocultos en el interior de la misteriosa pirámide negra.
Pune
El centro de meditación de Osho está en la ciudad india de Pune, en el estado de Maharastra, a unos 120 kilómetros al sur de Bombay. Tiene alrededor de cinco millones de habitantes.
La ciudad, que vive al margen de los itinerarios turísticos del país, es conocida como ciudad universitaria, algo así como la Salamanca india.
En cuanto a los puntos de interés destacan la presencia de varios templos hindúes, budistas y jainistas. Los más conocidos son los de Chaturshringi y Paravati.