Por Eduardo Fuster
Hay pequeñas casualidades que te cambian la vida. Una simple foto se cruzó delante mío e hizo posible que viviera una de las experiencias mas increíbles de mi vida. El pie de la foto decía: “Mo Farah prepara su asalto a la Maratón de Londres en Etiopía”. En ese instante descubrí que el gran atleta y campeón olímpico Mo Farah entrenaba en Addis Abeba, la capital del país. Etiopía es un un país que conozco muy bien. Mi trabajo en una ONG hace que tenga que ir cada año. Faltan pocas semanas para mi próximo viaje, y sin poder evitarlo, en mi cabeza palpitan muchas ilusiones. Me imagino con mis zapatillas corriendo en esa pista muy cerca de mi gran ídolo.
Empiezo una pequeña investigación por internet, ¿Dónde entrena Mo Farah? Quiero ir, lo deseo desde lo más profundo de mi ser. Gracias a una foto de Instagram y algo de intuición, descubro que Mo Farah está en el barrio de Sululta, en las afueras de Addis Abeba, una zona ubicada a 2.800 metros de altura ¡A tan solo a 15km del centro!
En el año 2008, el atleta etíope Kenenisa Bekele, construyó en este lugar su propia pista de atletismo para preparar los Juegos Olímpicos de Pekín. En este idílico paraje de grandes campos y largos caminos de tierra, aire puro y tranquilidad, se daban todas las condiciones para entrenar y ser campeón olímpico. Bekele lo consiguió, y por partida doble, con sus títulos de 5.000 y 10.000 metros. Actualmente sirve como centro de alto rendimiento.
Aterrizo en Addis Abeba. Mis ganas de conocer Sululta van en aumento, no tardo ni 5 horas en ponerme las zapatillas y coger un taxi. Primero negocio el precio con el taxista, tras un breve regateo, acordamos el precio de 700 Birrs (unos 20 euros), donde se incluye el viaje ida y vuelta. El traslado son solo 15 kilómetros pero dura unos 45 minutos debido al tráfico infernal y atascos que a diario sufre Addis Abeba. Para llegar a Sululta hay que subir el monte Entoto, el lugar más alto de la ciudad a 3.000 metros de altitud. Durante el trayecto recomiendo pararse y saborear las vistas.
Sululta parece una pequeña ciudad, con varios hoteles junto a la única carretera asfaltada y amplios campos verdes. Paramos en la entrada del Hotel Yaya Village, resort propiedad del atleta y leyenda etíope Haile Gebrselassie, construido específicamente como centro de entrenamiento. Cuenta con unas instalaciones en muy buen estado, las habitaciones individuales tienen un coste de 40 euros diarios, gimnasio y una pequeña pista de tierra que se puede usar libremente aún sin estar alojado en el hotel. Si se pretende realizar un stage de entrenamiento de varias semanas, hay hoteles mas baratos y muy decentes. Lo recomendable es coger el hotel allí mismo, hacer las reservas por internet siempre sale mucho mas caro. No hay que preocuparse por las el espacio, siempre hay habitaciones.
El taxista me indica que la pista de atletismo esta a menos de 800 metros, él me esperará a que acabe mi entrenamiento. Salgo en busca de la pista construida por Kenenisa Bekele, no es fácil encontrar la entrada, no hay ningún tipo de señal que te informe, tengo que preguntar a varias personas y tras varias indicaciones por fin encuentro la entrada, nadie diría que es la entrada a una pista de atletismo donde entrena la élite mundial, ellos no necesitan lujos innecesarios.
Me encuentro la primera sorpresa: un guarda con fusil me da el alto, es el portero, el recepcionista de la instalación. Me indica que debo pagar 300 Birrs (unos 10 euros), no es barato, pero allí todo el mundo debe pagar, etíopes, extranjeros, atletas profesionales o populares como yo.
Una vez dentro no tardo ni cinco minutos y ya estoy corriendo alrededor de la pista, primero quiero investigar todo el recinto, corro por un terreno blando de tierra, con varias subidas y bajadas, sin ninguna construcción cerca, campos verdes y aire puro. Noto como la altitud aplasta mis pulmones, tengo el corazón acelerado, el ritmo no es alto, pero mi respiración va en aumento. Etiopía me da su bienvenida.
Intento controlar la respiración, levanto la cabeza, miro a lo lejos, una figura y delgada viene hacia mi corriendo lentamente, nos cruzamos, me saluda, no me lo creo, es Mo Farah, estoy en una nube, todo un campeón olímpico y mundial corriendo a mi lado.
Decido que ya toca ponerse serio, entro en la pista y coincido con un grupo de jóvenes atletas que esta entrenando. No es difícil darse cuenta que son profesionales, su equipación no engaña: ropa de marca y zapatillas con clavos. Están haciendo series de 300 metros, rápidas, muy rápidas. Es imposible dejar de mira esa zancada perfecta, distingo a uno de ellos, es el atleta Souleiman, recordman mundial de 1.000 metros.
Todos me saludan, me invitan a entrenar con ellos durante esta semana, es el carácter etíope, siempre agradables y simpáticos. Pero seamos realistas, estoy a años luz de su nivel. Solo puedo reírme de mí mismo, mirar al cielo azul y lanzar una sincera sonrisa. Bajo la cabeza y justo Mo Farah pasa a mi lado, regalándome una sonrisa cómplice que sabe a oro.