Publicado en Condé Nast Traveler
Estar en medio de la selva amazónica después de haber perseguido a una manada de cerca de 100 pecaríes -un tipo de cerdo salvaje, muy parecido al jabalí-, y que llamen por radio para preguntar si quieres que te enciendan el jacuzzi no es una situación habitual. Bueno, en el Napo Wildlife Center sí lo es. Se trata de un eco resort de lujo en el Parque Nacional Yasuní, un territorio designado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera Mundial, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta. Solo para hacerse una idea, en esta área de cerca de 10.000 kilómetros cuadrados habitan los tagaeri y los taromenane, dos grupos indígenas que a día de hoy no han tenido ningún tipo de contacto con las sociedades modernas.
Para llegar a este paraíso terrenal primero hay que remontar durante dos horas el río Napo a bordo de una lancha que parte de la ciudad de Francisco de Orellana. Luego hay cambiar a una canoa a remos para acceder a un pequeño río de color negro -debido a la descomposición de las hojas que caen sobre él-, que nada tiene que ver con el marrón claro del gran Napo, afluente del Amazonas. Nada más entrar en sus dominios te ves sumergido en un desbordante y denso caleidoscopio de vegetación, en la que hay árboles con el tronco blanco como el marfil, lianas colgantes, palmeras y un sinfín de plantas que para enumerarlas se necesitarían varias páginas. Los ruidos también están muy presentes: el agudo crick crick crick de los insectos, el ruidoso grito de los guacamayos y desde la lejanía, el penetrante ecos del mono aullador.
SALVANDO AL PECARÍ EN NAPO WILDLIFE
Para nuestra sorpresa aparece una cría de pecarí nadando con serias dificultades; se ha caído y no puede regresar a la orilla, muy alta para su estatura. Frente a ella está la madre, que se mueve de un lado a otro resoplando con fuerza. Contra todo pronóstico la cría se dirige hacia nosotros. A pesar de su corta vida parece que se da cuenta de que esa es la única manera que tiene para sobrevivir. Nuestro guía naturalista Jorge Rivadeneira, miembro de la comunidad kichwa, la recoge entre sus manos. “No tiene más de 24 horas de vida, su cordón umbilical está muy tierno”, explica antes de depositarla sobre tierra firme.
Tras la consiguiente liberación de adrenalina prosigue el viaje. El tempo que impone el remo permite recrearse en cada rincón de este retablo de las maravillas: un grupo de monos ardilla salta de un árbol a otro, son muy curiosos, vienen a ver a los nuevos visitantes. Desde lejos se asoma un mono capuchino, más sobrio y elegante. Hay una multitud de pájaros, como el martín pescador o el tucán, y otros muchos con nombres solo aptos para expertos en la materia.
IDENTIFICANDO AVES
En este arte de descifrar la selva la presencia del guía naturalista es esencial, ya que la retina urbanita, acostumbrada a los tonos grises y las luces de neón, se encuentra totalmente perdida. Rivadeneira, quien lleva más de 30 años estudiando la fauna local, especialmente las aves, nos revela un mundo oculto. Tan solo con vislumbrar la silueta de cualquier ave o escuchar su trino menciona de inmediato su nombre en inglés y en lengua coloquial. Lo mismo ocurre con lashuellas sobre el barro, sabe perfectamente si son de oso hormiguero, venado e incluso jaguar, de las que vimos unas bastante frescas. Cuando menos te lo esperas señala con su puntero láser entre dos lejanas ramas y dice: “allí hay un oso perezoso”. A simple vista parece imposible, no se ve nada, está a unos 25 metros de altura, pero al mirar a través de sus prismáticos el milagro hace presencia: un oso perezoso de tres dedos durmiendo en una rama.
Luego de una hora y media de inolvidable paseo el río comienza a abrirse y aparece la laguna en todo su esplendor, con las nubes desdoblándose en su superficie. Al fondo hay una enorme torre de observación de siete plantas y más de 30 metros de altura con los techos de paja, que recuerda a los templos balinésicos, pero que en realidad es arquitectura kichwa. En el pequeño embarcadero de madera nos reciben con un zumo natural y una toalla húmeda para refrescarse. Nos invitan al hall, que es la base de la torre, allí está el comedor, el bar y algunas zonas comunes. Es imposible alejar la mirada de la enorme infraestructura hecha de madera y decorada con esferas de cristal. El administrador nos explica que todas y cada una de las piezas del resort fueron llevadas en canoa a remo, con el fin de no dañar el medio ambiente.
CABAÑAS TRADICIONALES ESTILO NAPO WILDLIFE
El resort dispone de 20 cabañas al estilo tradicional; algunas de ellas están literalmente suspendidas sobre el agua, por medio de unas estructuras metálicas, generando un evocador efecto óptico. En su interior encontramos todas las comodidades: una terraza con hamaca y vistas a la laguna, un amplio salón con sofás y muebles coloniales, una amplia cama con mosquitera, baño con ducha tipo lluvia y el jacuzzi en la terraza trasera, con la acechante selva a tan solo unos metros.
Todo el proyecto está gestionado al 100% por la comunidad indígena kichwa Añangu -que en su lengua significa hormiga-, habitantes nativos de la región, un hecho que les ha valido varios reconocimientos internacionales. El 75% de los beneficios que generan van dirigidos a proyectos de educación, salud y mejora de la calidad de vida de las 180 personas de la comunidad. Todos los servicios médicos y las medicinas son gratuitas, disponen de unas modernas aulas en la escuela y excelentes profesores. Además tienen becados a 30 jóvenes de escasos recursos económicos de la zona.
También existe paridad de hombres y mujeres en la asamblea, que elige presidente cada dos años. La última fue mujer. Un factor importante en el éxito de este modelo se basa en la prohibición de consumo de alcohol dentro de la comunidad, ya que es una problemática muy extendida en la región. Los clientes que visitan el Napo Wildlife Center acuden una tarde para conocer cómo es la vida en la comunidad y ser partícipes de sus expresiones culturales.
SALADERO DE LOROS
Al día siguiente hay mucho que ver. Por la mañana visitamos un saladero de loros, guacamayos y periquitos. Estas aves acuden habitualmente a consumir los minerales que están depositados en el lodo, con el fin de mejorar la digestión de las frutas y semillas que ingieren. Hay que esperar en absoluto silencio, para que no se asusten.
Al principio solo aparece un periquito, de plumaje verde, amarillo y azul, que sus compañeros envían de misión para comprobar que no hay depredadores. Luego de estar completamente seguros de que el camino está libre el resto comienza a descender poco a poco; el silencio da paso un agudo gorjeo que se apropia de todo el lugar, se abalanzan en picado, aparecen 80, 100, 150, imposible contarlos, planeando de un lado a otro y dibujando formas elípticas en una hipnótica coreografía aérea.
Por la tarde damos un paseo en canoa por los misteriosos bosques inundados. Aparecen otras tres especies de monos y varios hoatzíes, una extraña ave similar a la perdiz, pero más esbelta y colorida, que emana un fétido olor y posee unas pequeñas garras en sus alas, hecho que la posiciona como un eslabón perdido ente las antiguas aves prehistóricas y las actuales.
Pero lo mejor está por llegar: una familia de cinco nutrias gigantes que nos permite ser testigos de cómo devora un pescado a escasos metros de nosotros, con la cría llorando sin parar porque no le comparten el botín. También hacen acto de presencia caimanes negros, de tres y cuatro metros y una anaconda que descansa sobre unos nenúfares.
GASTRONOMÍA EN EL NAPO WILDLIFE CENTER
Paiche. Es uno de los peces de río más grandes del planeta, llega a pesar hasta 250 kilos. Es muy curioso porque respira por las branquias, pero también recoge el oxígeno del aire. Su carne es muy sabrosa y suave.
Chontacuros. Son gusanos gruesos de color blanco que se comen asados a la parrilla. Saben a cacahuete. Estas considerados una delicia amazónica.
Guayusa. Es una planta amazónica de flores pequeñas y blancas, contiene cafeína. Se toma en forma de té frío o infusión.
LUGARES DE INTERÉS
Museo Arqueológico Centro Cultural del Coca (MACCO). La más importante colección de cerámica amazónica de la región, además exhibe una amplia muestra de restos arqueológicos y culturales de poblaciones indígenas.
Mercado de ciudad. Un lugar idílico para ser consciente de la enorme cantidad y variedad de alimentos que produce la selva y probar alguno de sus platos típicos, además de tomar unas fotos excepcionales.
Puente del Río Napo. Atraviesa el río que le da nombre. Tiene 740 metros de longitud y torres de 85 metros de altura. Por las noches se ilumina gracias a los 590 metros de luz que dispone su estructura.