El templo del Palacio de Ubud amaneció repleto de flores. En el patio central se encuentra un sacerdote que bendice a los fieles con agua y arroz. El olor a incienso empapa todo el ambiente. Abundan las esculturas de demonios con ojos desorbitados armados con sables, cabezas de dragones, imponentes mausoleos, deidades hindúes… Todo enmarcado en un sincretismo de hinduismo y budismo sin parangón en el mundo. El flujo de personas es incesante, los hombres visten todo de blanco: camisa con cuello estilo Mao, un pareo llamado sarong y la cabeza cubierta con un pañuelo a modo de gorro. Las mujeres van ataviadas con un vestido en tres piezas que consta de una camiseta interior, otra transparente superpuesta y una falda hasta los tobillos de colores resplandecientes.
Esta estampa aconteció durante la celebración del Ganugan, la fiesta más importante de Bali, una fecha en la que se invoca a los antepasados fallecidos para que visiten los hogares balineses. Es también una conmemoración del triunfo del bien sobre el mal, y finalmente una afirmación de la vida, del aquí y el ahora. Más allá de esta onomástica en Bali la sensación de estar inmerso en una celebración sagrada en perenne.
Esto se debe en gran medida a la cantidad de templos que posee la isla, más de 10.000 según afirman los lugareños, y a la devoción que profesan a sus deidades. La mayoría de las familias balinesas construyen el suyo propio, y lo van ampliando y mejorando a lo largo de sucesivas generaciones. Los encuentras por todas partes: en una aislada calle sin salida, en el corazón de la zona financiera, levitando sobre el mar o en acantilados imposibles. Los hay centenarios, contemporáneos, de varias cuadras de extensión o diminutos para una persona, todo es posible en el ensueño balinés. A este caudal arquitectónico hay que sumarle un elegante y elaborado sentido estético en disciplinas artísticas como la escultura, la pintura o la danza, una realidad que hace de esta isla un destino extraordinario.
Si hablamos de vida cultural hay que referirse a Ubud. Este pueblo de 30.000 habitantes es conocido por sus palacios, bailes folclóricos, teatros de sombras o centros de masajes. También es famoso por sus artesanías hechas sobre todo en madera y plata. Tanto en Ubud como en la mayoría de los destinos turísticos de la isla hay que destacar la variada y exigente oferta de hoteles; muchos de ellos parecen templos, con jardines y esculturas, camas balinesas, desayunos rebosantes de frutas, piscinas y sobre todo perennes sonrisas. Los balineses son unos maestros en el arte de hacerte sentir bien.
El Santuario del Bosque de los Monos de Ubud ofrece una experiencia de inmersión en la vegetación selvática tropical de la zona, con senderos naturales ribeteados por cascadas. Por supuesto cientos de monos te acompañan a lo largo de toda la visita, y si te descuidan te quitan la comida. También son muy recomendables los Templos Puri Dalem o Taman Saraswati, este último dedicado a la Diosa de la Sabiduría, con lagos rebosantes de nenúfares que dan la bienvenida al visitante.
Bali ofrece opciones para todos los gustos. En el sur de la isla, muy cerca de Denpasar, donde se encuentra el aeropuerto internacional, abundan los destinos de playa, hoteles de cinco estrellas y discotecas. Seminyak, Kuta y Jimbaran son las zonas los más interesantes. Resulta fácil ver hordas de australianos que acuden en masa a disfrutar de la sensación de vivir en un permanente sábado. Kuta es un paraíso para los bakpackers que buscan diversión hasta altas horas de la noche. Los happy hours emergen en cada esquina, y en las abarrotadas playas –eso sí, de un dramático azul turquesa- puedes deleitarte con atardeceres de ensueño mientras te dan un masaje o tomas una Bintag, la famosa cerveza balinesa.
No debemos olvidar que Indonesia es un país musulmán, y por lo tanto el alcohol no está permitido. Bali es una excepción, ya que aquí la religión que profesan es el hinduismo y el budismo. Este hecho convierte a la isla en un oasis de diversión y libertad, tanto para los turistas como para los locales.
No muy lejos de estas áreas recreativas se encuentran dos templos que merecen una visita. Uno de ellos es Tanah Lot, uno de los más bellos ejemplos de arquitectura hindú balinesa. Construido en el siglo XVI, llama poderosamente la atención su emplazamiento sobre una roca en la costa, generando una sensación de estar flotando sobre el mar cuando sube la marea. Muy a tener en cuenta también Pura Luhur, a 25 kilómetros de Kuta. Más allá de la elegante y sencilla construcción del templo, lo increíble es su ubicación, sobre un acantilado de 75 metros.
Ya lejos de los centros turísticos existen otros dos templos excepcionales. Pura Besakih, que en balinés significa Templo Madre, es uno de ellos. Se puede ir en taxi desde Ubud. Este es el mayor y más importante complejo religioso de la isla. Se encuentra en las faldas del volcán Agung (3.140 metros), el punto más alto de la isla. Consta de 22 templos a diferentes alturas que representan las siete capas del universo. El entorno natural rebosante de vegetación y los efectos de paso del tiempo sobre las piedras construyen una atmósfera verdaderamente mágica.
Pura Bratam es otra joya. Se trata de un templo construido en el siglo XVII sobre el lago Bratan, dedicado a Dewi Danu, la Diosa del Agua. Es un lugar de peregrinaje para los campesinos, que acuden a él para rogar a las deidades que las lluvias no cesen, y puedan seguir cultivando los arrozales que cubren gran parte de la isla. El templo tiene forma de pagoda superpuesta, además de decenas de santuarios. Ver sus formas reflejadas en el lago te reconcilia con la condición humana.