Publicado en La Vanguardia

La esencia de la medina de Fez no se puede capturar. Trasciende formas y sentidos. La mejor manera de domar la ciudad vieja, es dejarse llevar por su imbricado laberinto de callejuelas, escaleras y plazas. Siempre por las más angostas, bajo la máxima de que el camino más corto entre dos puntos, no siempre es el mejor. Es en ese contexto donde se comienza a revelar su grandeza.

En los alrededores de la puerta Bab Bou Jeloud, también llamada como la puerta Azul, hay un persistente aroma a menta fresca que se confunde con el hinojo, la hierbaluisa y la naranja. Se trata de un pequeño mercado donde venden verduras y frutas. En cada lugar donde fijas la mirada aparece una preciosa estampa que bien podría ser medieval. Y esa es una de las maravillas de esta ciudad, que parece haber esquivado el paso del tiempo.

 © Miguel Ángel Vicente de Vera

En la medina -en árabe significa ciudad- de Fez no hay coches. En realidad se trata de la mayor zona urbana del mundo sin automóviles. Las estrechas calles construidas hace 1.200 años no permiten su tránsito. Quizás esa ha sido, en parte, su salvación de las garras de la modernidad. Todo se hace caminando, en motocicleta o en mulas, que son usadas como medio de carga y transporte.

Hay una sensación de decadencia contenida, como si cada muro pudiera derrumbarse en cualquier instante. Las maderas y estructuras que apuntalan las paredes son parte del escenario de la medina. Sin embargo, como si fuera una anciana dama aristocrática, sigue manteniendo brillos de un remoto esplendor.

© Miguel Ángel Vicente de Vera 

El barrio de los curtidores

La medina de Fez bien se podría distribuir por sus olores. En Marruecos el sentido del olfato retoma su autoridad: especias, inciensos, pieles, aromas de la comida recién hecha, todo huele con efusividad. Este mismo sentido nos alertará de la llegada al barrio de las curtidurías. La de Chouwara es la más conocida e impresionante. Para percatarse de toda su grandeza, hay que subir a la azotea de alguno de los edificios aledaños. Mientras asciendes, experimentas un olor pestilente, una mezcla de amoníaco y putrefacción. Esto se debe a la mezcla de excremento de paloma y cal donde se sumergen las pieles (generalmente de cabra, vaca y camello) durante varios días con el fin de suavizarlas y curtirlas. No hay que flaquear, todo esfuerzo tiene su recompensa.

 © Miguel Ángel Vicente de Vera

Desde las terrazas se contempla un singular paisaje con pequeñas piscinas, con los colores que se usan para teñir las pieles. Las tinturas se obtienen con productos naturales: el amarillo se consigue tras macerar flores de mimosa y cúrcuma; el rojo está compuesto de una pasta hecha con amapolas. Luego, las pieles se secan al sol durante varios días, para que finalmente los curtidores les den forma de babucha, cartera o chaqueta.

Continúa el deambular por Fez el Bali (Fez la vieja), cuyos inicios datan del siglo XI. Con sus más de 9.000 callejuelas, es la mejor conservada y más grande medina del mundo. Las madrazas -escuelas coránicas guardianas del saber y de los principios del islam- son una visita obligada. La más bella es la de Chahrij Bouinania, construida en 1300. Los trabajos de yesería y madera en sus techos artesonados y paredes, nos revelan el fino sentido de la belleza que ostenta la cultura árabe.

 © Miguel Ángel Vicente de Vera

Hay varios lugares que, debido a su carácter sagrado, no se puede visitar, a no ser que seas musulmán. Un ejemplo es la mezquita Karaouine, donde se erige un minarete que es la construcción más antigua de Fez. Lo que sí se puede visitar es la mezquita y también mausoleo de Moulay Idriss, que alberga la tumba del fundador de Fez. Eso sí, tan solo podemos llegar hasta la entrada de la tumba, suficiente para contemplar la grandeza del lugar. Se trata de un patio rectangular, rodeado de columnas con arcos de herradura con motivos vegetales y un suelo decorado con finos mosaicos. En el centro hay una fuente dorada y una enorme lámpara ricamente ornamentada.

Visita a los zocos

Los zocos o pequeños mercados aparecen a medida que caminas. Hay un zoco de especias, donde se concentran sacos rebosantes de cardamomo, pimienta, canela, nuez moscada o comino. De nuevo es el sentido del olfato quien celebra el hallazgo. Hay otro zoco de cosméticos, medicinas naturales y henna, el famoso producto con el que las mujeres marroquíes decoran la piel y tiñen el pelo.

El mercado de metales es muy pintoresco, está en una pequeña plaza donde venden candelabros, teteras y objetos de decoración de cobre y latón. El zoco de los frutos secos es muy frecuentado por los turistas. Allí podrás comprar cacahuetes, almendras, dátiles y nueces, a precios muy económicos. En este momento hay que recordar que siempre se debe regatear, forma parte de su cultura. Para hacerse una idea, el precio real del producto suele ser la mitad de lo que piden.

 © Miguel Ángel Vicente de Vera

Pero también hay vida tras los muros de la medina. El acceso al Palacio Real está vetado a los turistas, pero aún así vale la pena ver las puertas chapadas de oro y las imponentes murallas que lo preceden. Muy cerca de la entrada principal, están los jardines de Agdal, un espacio tranquilo, donde descansar del frenesí de la medina. Hay paseos flanqueados por hileras de palmeras y un lago donde las parejas de jóvenes marroquíes acuden en búsqueda de intimidad.

El barrio judío

Muy cerca está la Mellah, el barrio judío. Caminando desde los jardines de Agdal no se tarda más de 15 minutos. La gran mayoría de las ciudades de Marruecos poseen su Mellah y la de Fez, que data de 1438, es la más antigua de todo el país. Los judíos eligieron esa ubicación, pegada al Palacio Real, para gozar de la protección del califa. Sus estrechas callejuelas también ofrecen un sinfín de tiendas y cafeterías. Destaca la arquitectura de las viviendas, con grandes balcones protegidos por celosías de madera, que impiden ser visto pero permiten la entrada de luz.

Al final del día es muy recomendable contemplar la puesta de sol desde las tumbas Merenides, a las afuera de la medina. En un taxi son unos diez minutos. Las tumbas no dejan de ser unas construcciones semi derruidas en un entorno rural. De nuevo emerge un intenso olor a humedad y tierra, junto a las vistas de un enjambre de ciudad que por primera vez parece estar en calma.