Publicado en Avianca

La furgoneta de alquiler nos espera en un barrio periférico de Sidney. Llegamos con la ilusión de la primera cita. Se trata de la típica combi, que para nuestra sorpresa viene con flores violetas estampadas en los laterales, al más puro estilo hippie. En su interior dispone de todo lo necesario para no tener que preocuparnos de nada: cama, lavabo, cocineta, una pequeña refrigeradora, vajilla y lo más importante: la cafetera.

Todo está listo excepto un pequeño detalle, en Australia se maneja por la izquierda. “Tranquilo, no pasa nada, el funcionamiento es exactamente igual, pero por el lado contrario”, me repito mentalmente, para convencerme de que tengo la situación bajo control. Nada más salir del parqueadero en el primer cruce recibimos un sonoro bocinazo de otro vehículo por haber invadido el carril contrario. Hiperventilación.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Sidney es una ciudad que no defrauda. Ofrece una gran cantidad de parques para los niños y una atractiva oferta de ocio y gastronomía, con platos tan exóticos como carne de canguro y cocodrilo. Sus encantos se revelan al pasear sin rumbo preciso por lugares como el Jardín Botánico, los alrededores de la Estación Central o Circular Quay. No muy lejos de allí está el Puente de la Bahía (Harbour Bridge), desde donde se divisa la Ópera, deslumbrante en sus afiladas formas, que recuerdan a las escamas de un saurio.

Blue Mountains

Nos dirigimos -junto a mi novia colombiana- a las Blue Mountains, a 81 kilómetros al oeste de Sidney, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Desde un mirador se divisa en primer plano las Three Sisters, unos picos de arenisca erosionados de 900 metros de altura  que descansan sobre un acantilado. Más adelante se extiende un bosque de eucaliptos de color azulado, que se pierde en el horizonte. Este curioso fenómeno se debe a los aceites volatilizados que producen las hojas de los árboles.

Al principio puede resultar un tanto inquietante no saber dónde vas a dormir, pero es tan solo una cuestión de saber encontrar los sitios adecuados, luego cada día es una nueva aventura. La aplicación de celular Wikicamps fue el faro que nos iluminó en un país que dobla en su extensión a Europa. Es muy didáctica y ofrece una detallada información -con feedback de los usuarios- sobre lugares donde dormir, gasolineras, duchas, áreas de camping o zonas de descanso. Nos indica que a unos 40 minutos hay un parque nacional con área para pernoctar. El sitio es una maravilla, en medio de una frondosa naturaleza, bajo árboles de cuarenta metros de altura y rodeados por un arroyo.

Port Stephens

Al día siguiente partimos a Port Stephens, un destino famoso por sus playas cristalinas y sus zonas de avistamiento de delfines. Avanzamos ya inmersos de pleno en la ruta Pacific Coast, que une Sidney con la ciudad de Cairns, nuestro destino final. En un bosque de eucaliptos aparece un cartel de color amarillo que indica la existencia de koalas en la zona,  bajamos la velocidad y comenzamos a buscarlos en las copas de los árboles. Uno de nuestros sueños es poder ver a uno de estos simpáticos peluches en libertad. No es una tarea fácil, ya que permanecen la mayor parte del día acurrucados y mimetizados en las ramas, además están en peligro de extinción, a causa de la caza indiscriminada por su apreciada piel y la pérdida del hábitat natural.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Por la tarde visitamos el sistema dunar de Stockton, el más grande del Hemisferio Sur. El paisaje es parecido al desierto del Sahara, pero con la diferencia que desde aquí se divisa el océano. No aguantamos la tentación y a los tres minutos rodamos por la pendiente de una gran duna. Cuando estamos a punto de abandonar el estado de Nuevas Gales del Sur, la única zona del país donde viven koalas en libertad, Claudia da un grito y para la furgoneta en seco. Me quedo sentado en el asiento del copiloto, pensando que una vez más se trata de un termitero o un espejismo, como nos había ocurrido en incontables ocasiones, pero no, tenemos frente a nosotros dos koalas agarrados a una rama zarandeada por el viento.  Catarsis total.

Byron Bay

Nuestra próxima parada es Byron Bay, un destino muy popular entre los surfistas por la calidad de sus olas. Las playas están repletas de australianos rubios con six pack y dentadura perfecta, chicas haciendo yoga en bikini y tiendas de surf. En un sendero que atraviesa la costa un turista encuentra una boa de unos dos metros, y no se le ocurre otra cosa que cogerla con la mano ante el pavor de todos los allí presentes. Ese mismo día también vimos dos dingos, una especie de lobo, pero más grande y de color crema. Los canguros están por todas partes, en los parques  nacionales, llanuras e incluso en algunas zonas urbanas. Para los australianos es un animal muy común, por lo que les hace mucha gracia la fascinación que ejercen sobre los recién llegados.

De camino a la ciudad de Brisbane pasamos la noche en el Noosa National Park. Por la mañana desayunamos huevos con tocino y café frente al mar en una desértica playa, cuando recibimos la visita de un grupo de ballenas que daban brincos frente a nosotros. Australia es un país muy seguro, con unas excelentes infraestructuras para los que viajan en auto. Cada 100/150 kilómetros aparece una zona de descanso gratuita con baños, zona de descanso y en ocasiones parrillas eléctricas e incluso duchas de agua caliente.

Brisbane

Paramos durante un par de días en la ciudad de Brisbane, un destino de moda en Australia. En los últimos años se ha posicionado como referente cultural. Existen varios museos, como el Gallery of Modern Art o el Queensland Performing, además de jardines, una playa artificial y zonas de paseo. Una de las mejores maneras de conocerla es en ferry, a través del río que le da nombre a la ciudad.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Continúa el road trip y hacemos una nueva parada en las Milla Milla Falls, una región de cascadas y lagunas rodeadas de una densa vegetación. Allí pudimos ver en libertad ornitorrincos, uno de los animales más extraños que existen, con cuerpo de castor y pico de pato.

Cairns

Luego de 22 días y 4000 km recorridos, llegamos a Cairns, una ciudad costera que sirve de base para visitar La Gran Barrera, el mayor arrecife de coral del planeta. Existen numerosas compañías y excursiones que te llevan en barco para hacer snorkel. Nada más sumergirte te ves inmerso en una escena que parece salida de la película Avatar, envuelto en corales blandos de multitud de colores, peces tropicales, estrellas de mar,  tortugas y algún que otro pequeño tiburón.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Daintree Forest y outback

Antes de despedirnos de nuestra fiel compañera de ruta hacemos una última visita al Daintree Forest, un bosque tropical selvático que alberga una gran biodiversidad. Entre los animales que lo habitan se encuentra el casuario, una especie de avestruz con el cuello  de color azul eléctrico y una cresta ósea sobre la cabeza que le da un aspecto jurásico. Sus huevos son de color verde fluorescente. Un bicho verdaderamente raro. Durante tres días buscamos un ejemplar en libertad, pero no tuvimos éxito.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

Más al norte comienzan los dominios del outback, el desierto australiano, una árida región, muy poco poblada y desarrollada donde viven los aborígenes, los habitantes nativos de Australia. En una pared de una gran roca -una suerte de espacio sagrado y ceremonial-  contemplamos fascinados pinturas rupestres con formas antropomórficas y de animales de más de 30.000 años de antigüedad, que rememoran los mitos del Tiempo del Sueño, los relatos aborígenes sobre “un tiempo más allá del tiempo, donde se fundó la creación”.

 

Etiquetas :