Publicado en La Vanguardia

Al caminar por las calles del magnífico centro histórico de Palma, mi mente recrea los posibles escenarios que existieron en el medievo, periodo en el que se cinceló gran parte de este conjunto patrimonial. En la concurrida plaza de Santa Eulàlia los tenderos venden sus verduras a grito pelado. Al lado hacen lo propio pescaderos, carniceros y canasteros. Hay niños jugando, un ciego con la voz ronca pide limosna. En una de las esquinas, un señor gordo, con pelo y barba canosa, interpreta con su laúd una canción tradicional. Los carruajes van y vienen con sus mercancías, mientras un par de judíos muestran su interés en adquirir unas mulas. El olor de la fruta podrida se entremezcla con el de las especias traídas de oriente.

Años más tarde, esta plaza fue el lugar escogido por la Santa Inquisición para ajusticiar a los herejes. Actualmente, es un agradable punto de encuentro principalmente de jóvenes. Hay bares que ofrecen comida típica mallorquina, y por las tardes, cuando las temperaturas bajan y llega la hora crepuscular, es un escenario perfecto para tomarse una copa de vino.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

De la hipotética recreación todavía queda la escenografía del que fue el primer el primer barrio de la ciudad tras la reconquista en el año de 1229. En la plaza se levanta la iglesia de Santa Eulàlia. Las obras de construcción comenzaron en 1236, culminando tres siglos después. Santa Eulàlia fue también el espacio predilecto de los reyes de Mallorca para ser coronados.

Estamos en el corazón de la Palma medieval, la que floreció entre los siglos V y XV y que tuvo como grandes mecenas a los reyes Jaume I y Jaume II. El gótico es el estilo artístico que constituyó la ciudad antigua; se caracteriza por sus estrechas y laberínticas calles y sus grandiosas construcciones religiosas, que pretendían llegar lo más cerca del cielo -y de Dios-, y recordarnos la insignificancia de los individuos frente a la grandeza divina.

La catedral de Palma

Un claro ejemplo de la arquitectura gótica es la catedral de Palma de Mallorca, el más fastuoso e icónico testigo de la Mallorca medieval. De nuevo mi imaginación se apodera de este concurrido destino turístico. Un fraile sobre un burro acude con urgencia para participar por primera vez en la liturgia. En los alrededores, un grupo de artesanos dan los últimos retoques a una de las gárgolas que decorarán una de las fachadas. Desde la lejanía, se divisa un navío que llega desde Francia, para repostar y seguir su camino hacia África.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

La de Palma, es la única catedral gótica que se refleja en el mar. La construcción inició en el año 1229, tiene una planta de tres naves. La central mide 43,3 metros de altura. Su impresionante fachada cuenta con uno de los mayores rosetones del mundo, ya que mide 13 metros de diámetro y cubre una superficie de 150 metros cuadrados. Caminar a través de sus gigantes columnas es toda una experiencia, parece que todo un cielo se levanta sobre la cabeza de los visitantes. El juego de luces está muy presente gracias a sus siete rosetones y a sus 83 vitrales. Debido a estos impresionantes efectos visuales, que van cambiando a lo largo del día y en los distintos meses del año, ha merecido el apelativo de la Catedral de la Luz.

En su interior, dos veces al año: el segundo día del segundo mes y el undécimo día del undécimo mes, se produce un fenómeno de tintes mágicos. Se llama el espectáculo del ocho: los primeros rayos del alba atraviesan el rosetón mayor proyectándolo sobre la fachada del altar, justo bajo el rosetón de la pared opuesta. Durante unos minutos podemos contemplar un símbolo del infinito, conformado por dos rosetones, uno hecho de luz y otro de vidrio.

Intervenciones contemporáneas

Al aproximarse al altar mayor, el visitante se ve sorprendido por un enorme baldaquino metálico en forma de corona. Fue creado por el mismísimo Antonio Gaudí, y representa el calvario de Jesucristo. No muy lejos, en la capilla de San Pedro, se exhibe otra intervención contemporánea que generó una gran controversia en la sociedad local, debido a su, -considerada por muchos-, excesiva modernidad. La polémica obra del artista mallorquín Miquel Barceló presenta un mural de cerámica, con la parábola de los multiplicación de los panes y los peces. Para la intervención, se necesitaron dos años de trabajo y varias toneladas de arcilla para rellenar la superficie de 300 metros cuadrados. La obra es una suerte de sueño barroco, tamizado a través del particular universo del autor: hay ánforas romanas, hojas de palma, calaveras, peces abisales…

Más allá de estas majestuosas edificaciones, el sabor medieval de la ciudad se degusta a través de sus angostas y laberínticas calles. No es necesario un itinerario preestablecido, tan solo hay que dejarse llevar a través de la centenaria escenografía; en cada esquina hay una hornacina, una vidriera, una escultura o una fachada con la que deleitarse.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

De nuevo el medievo se apodera de las calles de la ciudad: son lasfiestas barriales. Afuera de la catedral un grupo de danzantes y músicos caminan en procesión. También hay saltimbanquis, acróbatas y una bailarina de danza árabe de ojos verdes aceituna, mueve sus caderas, ante el asombro del público. Atrás, un hombre de origen argelino, porta encadenado a su mono adiestrado. La comparsa va dirigida por un sacerdote que lleva entre sus manos un incensario. A su paso, los vecinos se santiguan en señal de respeto.

Frente a la catedral, se erige otra joya arquitectónica: el palacio de la Almudaina. Sus orígenes se remontan a la época romana, luego se ocupó como alcázar musulmán, pero no fue sino hasta 1309, cuando el rey Jaume II lo reformó, que adquirió su aspecto actual. Toda la construcción ofrece una atmósfera medieval, con grandes tapicesdecorando las paredes, armaduras de combate y espadas. Aquí se vivieron algunos de los episodios más importantes de la historia de Mallorca. Como en aquel 31 de diciembre de 1229, cuando el gobernador musulmán Abú Yaha se rindió ante la espada de Jaiume I el Conqueridor, dando por finalizados 300 años de dominación musulmana.

El castillo de Bellver

Un recorrido por el medievo mallorquín no puede obviar al castillo de Bellver. A tres kilómetros del centro de la ciudad, y a 112 metros de altura sobre el nivel del mar, la imponente construcción domina la bahía y es punto de referencia de la capital. Las obras comenzaron en el 1300 por orden de Jaume II. Responde a la perfección a nuestro imaginario popular de cómo debe ser un castillo: con sus imponentes torres, su foso, el puente levadizo y una espectacular planta circular. En Europa existen tan solo tres castillos con este tipo de planta, siendo el de Palma el más antiguo.

© Miguel Ángel Vicente de Vera

La construcción del castillo respondía a los anhelos defensivos de la Casa Real Mallorquina, ya que su privilegiada ubicación les ofrecía una inmejorable perspectiva para las amenazas por tierra y mar. Sin embargo, el monarca mallorquín deseaba también una residencia elegante y refinada para disfrutar junto a su familia y cortesanos, así que no reparó en gastos con el fin de que fuera uno de los más exquisitos de la época. A pesar del tiempo transcurrido el castillo todavía mantiene gran parte de su esplendor. En lo alto de la torre, los trompeteros hacen sonar sus instrumentos. En la puerta principal, dos hileras de corceles montados por caballeros se alistan con sus mejores galas. Los soldados aguardan con emoción y solemnidad. Todos miran al suelo, el rey acaba de llegar.

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